DEL CERDO SE APROVECHA TODO….HASTA LA COMPAÑÍA

 

 

La festividad de San Martín es el pistoletazo de salida de las matanzas en los pueblos. No en vano dice el refrán que a todos los cerdos les llega su San Martín.

 

La llegada del frío, que permite una mejor curación de los productos obtenidos, es lo que propicia esta práctica de la que el Cerrato no es ajeno.

Antiguamente la matanza suponía una pequeña fiesta. Se reunía toda la familia, los niños no iban a la escuela, los vecinos echaban una mano… y la parafernalia se repetía a modo de ritual.

 

Se ataba al cochino para que no se moviera y con la intervención a veces de un matarife o matachín se le clavaba el cuchillo en el cuello colocando un barreño debajo para recoger la sangre, removiéndola para que no coagulara y poder utilizarla para hacer morcillas con un arroz previamente cocido, cebolla ya rehogada, ajo, comino, pimentón, etc., y embucharlas con la tripa gorda del propio gorrino, coserlas y cocerlas en la caldera picándolas un poco para que no estallaran.

 

Después, chamuscar el cerdo (con paja de centeno que se tenía guardada desde el verano) para quitarle el pelo, rasparlo, lavarlo, colgarlo para sacarle las vísceras y destazarlo, momento en que el veterinario se llevaba una muestra para analizar y certificar la idoneidad para su consumo.

Los jamones se dejaban tres semanas en sal y se prensaban y colgaban en el desván para su curación. Parecido ocurría con los lomos.

 

Para los chorizos, se picaba carne y tocino y junto con un adobo de especias se embuchaban en la tripa fina. También se dejaban colgados para que curasen, y una vez curados parte de ellos se metían en ollas de barro con aceite para que se conservaran más tiempo.

 

El mismo día de la matanza los participantes en la misma ya solían consumir para almorzar alguna parte del chon, principalmente las criadillas.

Se obtenía mondongo, calducho o “sopa morena” (la sangre que escurría al cocer las morcillas se requemaba un poco en la sartén y se le añadían rebanadas de pan muy finas), chichurro, chicharrones (parte de los cuales se llevaban al panadero para que los friera y elaborara con ellos tortas dulces), etc.

 

Se llevaba a vecinos y conocidos la “ración” (un poco e todo lo anterior). Solían llevarlo los niños, que así se ganaban la propina de los receptores.

Se hacían hornazos: se elaboraba una masa con levadura, se cerraba alrededor de trozos de lomo, chorizo y tocino, y se horneaba.

Tocino, torreznos, orejas, morro, cabeza, pezuñas…todo se aprovechaba.

 

Lo que no era para comer, alguna otra utilidad se le daba.  Es el caso de la manteca, que mezclada con aceite, agua y sosa cáustica servía para elaborar jabón: se mezclaba y cuando se solidificaba se cortaba en trozos denominados canteros.

Hasta la vejiga. Se la daban a los niños para que tras sacarle el líquido la inflaran y la ataran con una cuerda para jugar al fútbol con ella como fuese una pelota. Así, hinchada, le llamaban la zambomba. Hay que entender que eran épocas en que por lo general no tenían balones y quien tenía una simple pelota de goma era un privilegiado.

 

MANOLITA

 

 

En 2009 los vecinos de Cubillas de Cerrato se plantearon la posibilidad de comprar un cerdo y criarle entre todos, como ocurría en otras localidades. Estaría por la calle y los vecinos le alimentarían, para cuando llegara el invierno matarle y merendarle en una fiesta comunitaria.

 

En Abril un vecino, Juan García, le dice al alcalde, Ramón Delgado, “ya veo que por fin habéis comprado el cerdo, y no habéis dicho nada”. Ramón, extrañado, responde “¿qué cerdo?, no hemos comprado ningún cerdo”. Y Juan insiste “pues yo le he visto por las eras, comiendo”. Se van para las eras y, efectivamente, allí había un cerdo. Era pequeño, lo que se denomina un tetón. Le cogieron (para lo que hizo falta la ayuda de Chencho, joven y ágil) y le prepararon un habitáculo para que pasara las noches, dándole agua y comida, y por el día le dejaban suelto para que los vecinos le alimentasen. Es decir, tal cual rezaba la idea que poco antes habían lanzado pero sin haber decidido aún nada.

 

Entonces, ¿qué había pasado? Pues nadie lo sabe realmente. Los vecinos apuntan que pudiera darse la casualidad de que por la carretera que une Valoria la Buena con Esguevillas de Esgueva pasara un camión cargado de cerdos y se cayó uno del remolque, yendo hasta Cubillas en busca de comida.

Vieron que era hembra y le pusieron de nombre Manolita. Transitaba por el pueblo como un vecino más, y tuvo el privilegio de vivir las fiestas de San Bartolomé, a finales de Agosto.

Fue engordando, hasta alcanzar los 140 kilos, y a mediados de Enero de 2010, en medio de una fiesta, fue el protagonista de la matanza, en la que Jesús Tomé hizo de matarife y a la que muchos vecinos no acudieron porque le habían cogido cariño, dando sus carnes para unas cuantas meriendas colectivas.

 

 

MASCOTA

 

En Castrillo Tejeriego una señora tenía un cerdo como animal de compañía. Le sacaba a pasear y el semblante del animal imponía. Y parece ser que en casa también, ya que la dueña comentaba que tenía que ver el canal de la tele que el cerdo quisiera, pues si cambiaba de canal la mordía (las marcas de las mordeduras en las piernas lo atestiguan). Pero había remedio: si quería cambiar de canal llamaba a su nuera para que cambiara, pues a su nuera el cerdo no la mordía.

Y es que del cerdo se aprovecha todo. Por lo visto, hasta la compañía.