“YO NO SOY DIGNO”

 

 

A finales de agosto Villahoz celebra sus fiestas, San Bartolomé.

 

 

           

 

 

Lejos quedan los tiempos en los que eran los quintos los que contrataban y pagaban a los músicos y los alojaban en sus casas, dándoles comida y cama durante los tres días que duraban las fiestas, al igual que ocurría en otras muchas localidades del Cerrato.

 

Procesiones, actos en honor de los difuntos, comidas de hermandad entre los cofrades. Y la presencia de almendreros con su bote, barquilleros que llegaban en mulos con una especie de horno para hacer los barquillos, o el que llamaban “fotógrafo del minuto” porque tras disparar la cámara metía la cabeza en un aparato y en tan solo un minuto ya tenía la fotografía revelada.

 

Estas fiestas de Villahoz sirven como excusa para recordar algunos episodios “insólitos” de este Cerrato que se extiende también por su vertiente burgalesa.

 

En una ocasión, en plena eucaristía, cuando el sacerdote se encontraba recitando el sermón, un hombre aprovechó para salir de su asiento en los bancos de la iglesia y, colocándose junto al púlpito, comenzó a gritar, a modo de súplica al altísimo, “¡¡quiero que me toque la lotería!!”, “¡¡quiero que me toque la lotería!!”. El sacerdote, estupefacto, reaccionó preguntando al espontáneo “¿pero es que juegas, o qué?”

 

Igualmente de estupefacto se quedó otro sacerdote que fue requerido por los familiares de Digno Álvarez, vecino de Villahoz que se encontraba gravemente enfermo, postrado en lo que sería su lecho de muerte, acaecida días después.

 

Allí acudió el presbítero, y la familia de Digno le pidió que le administrara el sacramento de la extremaunción. Por ello, se dispuso a preparar el óleo sagrado (un aceite bendecido conocido como “óleo de los enfermos”) con el que signar al enfermo y trasmitirle con ello la gracia del Espíritu Santo que le reconfortase en su enfermedad, le perdonase los pecados cometidos y le fortaleciese y llenase de paz en su ya próximo encuentro con la muerte y, según su creencia, con Dios en las alturas.

 

Al trazar la señal de la cruz en la frente y en las manos de Digno, el sacerdote, según el protocolo de oración prevista en estos casos, comenzó a recitar “yo no soy digno de que entres en mi cuerpo, tan invadido por la enfermedad; yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

 

Digno, al escuchar decir por dos veces “no soy digno”, saltó como un resorte para corregir al sacerdote, clamando: “que sí, que soy Digno, lo que pasa es que me han cortado el pelo y no me reconoce”.

 

 

    

 

LA PRIMERA HUELGA DE MONAGUILLOS

 

Los curas, como acabamos de ver, son testigos directos de situaciones muy curiosas. En Piñel de Arriba tuvo que afrontar la primera huelga de monaguillos de la que se tiene noticia.

 

Fue a finales de los años 60. El cura del pueblo pagaba dos pesetas a unos niños de unos 8 años por ayudarle haciendo de monaguillos. Pero durante las vacaciones de verano llegó otro cura y les preguntó que cuánto les daba el cura del pueblo, para darles él lo mismo, y ellos le engañaron diciendo que les daba un duro. Finalizado el verano regresó el cura titular, por lo que los niños volvieron a recibir solo las dos pesetas.

 

Hasta que aprovechando la llegada de la Semana Santa los niños, con Juan Ángel Treviño a la cabeza, se pusieron reivindicativos y le dijeron al cura que les tenía que dar un duro y además dejarles coger las palomas de la torre de la iglesia al menos cada dos meses, y que si no cedía a sus peticiones no sacarían los trastos en Semana Santa. El cura les tiró de las orejas, sin atender sus peticiones.

 

Pero parece que la reivindicación dejó su poso, pues cuando el cura propuso a un chico nuevo ser monaguillo, su abuela le dijo al cura “si va le tiene que hacer fijo”. La respuesta del cura, contundente: “aquí  no se hace fijo a nadie”.