CONVERSACIONES CON MIS APELLIDOS

     

    MONTENEGRO: DE ALBA A VERTAVILLO

 

 

 

   La primera vez que encuentro este tu apellido, es en Vertavillo,  en la persona de  Josefa Escudero Montenegro, a la que ya me he acercado, y he escrito sobre ella, aunque es verdad que siempre a la sombra del apellido Antón de su marido Cipriano, el abuelo pastor que sentando a su nieto sobre las piernas le cantaba una canción al volver del campo, a la atardecida.

 

   Josefa había venido al mundo en Vertavillo, el 24 de mayo de 1879, en el número 5 de la calle Mediodía. Sus padres se llamaban Baltasar, e Hipólita.

 

   Baltasar era un pastor que aunque había nacido al otro lado del páramo y del monte, en Villanueva de los Infantes, en el valle del Esgueva, estando allí su padre de pastor, volvió pronto a Vertavillo, el pueblo de sus padres, pues se nos dice cuando se casó que “residió allí desde su niñez”, en la misma calle y casa donde nació Josefa.

 

   Se casaron mayores Baltasar e Hipólita. Él tenía ya cuarenta y cuatro años, y ella treinta cuando el cura Felipe García les dio las bendiciones nupciales en la iglesia de San Miguel el 20 de enero de 1872.

   Tuvieron tres hijas. Josefa fue la tercera, y la única que sobrevivió. Antes habían nacido Gregoria, la mayor, que murió a los nueve meses, e Isidora, que se fue antes de llegar a cumplir los ocho, de anginas.

 

    Tenía seis años Josefa cuando se quedó huérfana de padre, aquel niño que cincuenta y siete años antes, el día de Reyes, “había salido a la luz con pocas señales de vida”, obligando a María Castro a bautizarle de socorro. Un año después su madre, de cuarenta y cinco años, le dio un padrastro, cuando se casó de nuevo con Valentín Sardón, un viudo de cincuenta y seis.

 

   Ella se casó el 30 se septiembre de 1899 con Cipriano Antón, ante Justo García Valderrama, el mismo cura de la parroquia de San Miguel que le había bautizado a los cuatro días de nacer, veinte años antes, con otro pastor como su padre.

 

   El 27 de diciembre de 1900, al año de casarse su hija, y siendo viuda de nuevo, Hipólita Montenegro Amador murió sin haber cumplido los sesenta, a consecuencia de “una pústula maligna, y sin hacer testamento”.

 

   A la primera hija que tuvieron, Josefa le puso Hipólita como su madre. Al cuarto, y primer varón, Baltasar como su padre. Tuvieron otros cuatro: Amalia, Manuela, como la abuela paterna, que murió al poco de nacer; Jesús; Cipriano, como su marido y suegro, que murió a los dos años. A la pequeña le llamó Josefa, como ella.

 

   Los dos hijos varones se hicieron pastores desde muy jóvenes, como el padre, y los dos abuelos. La pequeña se casó con un pastor, y las dos mayores se fueron a servir de niñeras. Amalia a Irún. La mayor, mi abuela, a San Sebastián. Como eran hijas del tío Pacholo, en el pueblo les llamaban las Pacholitas, y ¡cuál no sería su sorpresa al escuchar llamar también así a los niños que sacaban de paseo! Ya mayor alguno de estos pacholitos volvió al pueblo tratando de encontrar a la cuidadora de su infancia.

 

   Hipólita se casó a los veintidós años con Abel, que se vino de su pueblo a trabajar en el molino del tío Francisco, uno de los tres que había en Vertavillo, el que estaba aguas arriba del arroyo de los Madrazo, cerca de la ermita de la Virgen de Hontoria. Amalia se casó con un obrero del campo  del pueblo de al lado, allí se fue a vivir, y allí en Alba nacieron sus hijos.

 

 

 

   Luego la mayor se fue con su yerno y su nieto, que ya tenía tres años, a vivir a Cevico, pues en un molino de allí encontró él trabajo, y la vida de Josefa ya fui un ir y venir de Vertavillo a Alba; y un bajar y subir de Vertavillo a Cevico para ver a sus hijas, a su primer nieto, y a los que fueron llegando.

 

  ¡Cuántos viajes, me decía mi tía, no haría con su madre, siendo una niña, a estos pueblos para ver a sus hermanas! ¡Cuántas chaparradas no se cogerían en el camino, siempre llevando y trayendo alguna cosa! Y cuántos viajes no haría también su padre, el abuelo Cipriano, para llevarles una carga de leña con el burro, antes de soltar las ovejas, o alguna liebre que cogió en la cama para que su Hipólita, o su Amalia, la guisasen para los suyos.

 

   Josefa Escudero Montenegro se quedó viuda el veinticuatro de febrero de 1942, a los sesenta y dos años. Pequeña, no muy alta, siempre de negro y suspirando, como si quisiera echar fuera la pena y el sufrimiento que le ahogaba desde aquel 21 de noviembre de 1941. El 30 de marzo de 1945, Jueves Santo, a los tres años de su marido, falleció ella también, en su casa de la calle Trinquete, de una “oclusión intestinal”.

 

   Su madre, tu Hipólita Montenegro, era hija de un jornalero de Alba de Cerrato, un pueblo a cuatro kilómetros, aguas abajo de Vertavillo, en un largo y ancho valle, acotado al norte por las laderas del monte de Cevico de la Torre, al otro lado del Portillo que lo cruza y es el paso natural para recorrer los seis kilómetros que separan a estos dos pueblos. Por el sur le ciñen las faldas de los páramos de Amusquillo, y Esguevillas de Esgueva a diez, y a siete kilómetros de este pueblo, que de niño siempre me pareció especial por estar tan cerca de esos dos pueblos, cuyos solos nombres hacían referencia al mundo desconocido, mágico, e inalcanzable de otra provincia, Valladolid, que nunca imaginé tan próxima.

 

   De niño, cuando volvía a mi primera infancia, de vacaciones desde mi lejano internado religioso, trazaba con mi bicicleta un triángulo emocional visitando a mi abuelo en Cevico, subiendo a ver a la tía Josefa a Vertavillo, y bajando desde allí a Alba, a casa de la tía Amalia. Sólo para verles y gozar de su compañía, y de la alegría de verme, y verles. Uniendo sin saberlo a tres hermanas a quienes la vida había llevado a vidas y lugares tan distintos, sin saber siquiera que estaba andando por lugares de mi propia historia, fijándolos en mi memoria y en mi corazón para recorrerlos algún día, con los ojos abiertos, datos en la memoria, y muchas ganas de sabérmelos y conocer su historia, para escribir y ubicar la suya.

 

 

   En ese valle grande y fecundo de cereal, -que el arroyo recorre camino de Población, y Cubillas, hasta llegar al Pisuerga en Valoria-, donde Alba se levanta protegido de los vientos del sur por la ladera del monte de la Pedriza, lo más característico, es la Mota, ese cerro testigo donde se asienta el pueblo. En lo alto de la Mota están las antiguas cuevas, las chozas hundidas que fueron viviendas un día. Y las bodegas que se descuelgan ladera abajo. Y está su iglesia de Nuestra Señora del Cortijo, -el campanario casi al alcance de la mano-, y hay una vista que uno no se cansa de mirar, ladera y monte; valle, y cerral, y un pueblo abrazado a su iglesia, rodeando la Mota, esparcido a sus pies, con un espacio grande para una plaza amplia detrás del ábside románico mudéjar de su iglesia, donde se levanta un rollo del siglo XVI; y hay un bar que es el centro de reunión del pueblo, donde está también el centro de salud, y el ayuntamiento; y está una antigua ermita que hoy es Centro Cultural que lleva el nombre de “Virgen del Arrabal”. Junto a ella se hace una hoguera grande la víspera de la fiesta de San Pedro por la noche. Y hay un parque con bancos y mesas de piedra un poco más allá, hacia la salida, donde todo el pueblo se reúne para comer juntos, después de la procesión, el día de la fiesta.

 

 

   Es bonito Alba, y  es pequeño, tiene casas grandes de piedra, y calles anchas, y muy buena gente, acogedora, trabajadora, y hospitalaria. También resisten las ruinas de un viejo molino de cebada hundido, junto al arroyo, justo antes de empezar a subir la cuesta del Portillo.

 

   A este pueblo vengo, y llego, buscando los antepasados de tu apellido Montenegro. De aquí era el padre de Hipólita Montenegro, que se nos había muerto en Vertavillo a finales de diciembre de 1900. Se llamaba Isidoro Montenegro Calzada, y había nacido el 20 de febrero de 1816. A los dos días le bautizó Miguel Ruiz, cura teniente de la parroquia de Nuestra Señora del Cortijo, y beneficiado del cargo de preste en la misma.

 

   Buscó mujer en Vertavillo, y la encontró en la persona de Juana Amador Escudero, un año mayor que él, con la que a los veinticuatro  años se casó el 13 de junio de 1840. En ese pueblo, en la calle Trinquete se estableció, ejerciendo su oficio de jornalero.

   Tuvieron tres hijos, que fueron también jornaleros del campo, como su padre: Isidoro, el mayor;  Alonso, gemelo de Hipólita, y Casimiro. Los tres se casaron, y vivieron en Vertavillo. Y dos hijas: nuestra Hipólita, y Anastasia, que fue madre soltera  de dos hijas “de padre ignoto”, que murieron niñas. Ella murió a los 63 años, y era viuda.

 

   Juana, su mujer,  murió “pobre de solemnidad”, sin testar, la noche del 5 de agosto de 1871, -seis meses antes de la boda de su hija Hipólita-, a los cincuenta y seis años, de anasarca, que es como un edema general por hidropesía.  Él, Isidoro,  dieciocho años después, de un cólico nervioso con setenta y tres. Los dos en su casa de la calle Trinquete.

 

   La madre de Isidoro, María Calzada López, era de Cevico de la Torre, como nos denota su apellido Calzada, uno de los más numerosos en este pueblo, cuyos antepasados entroncan con mis Calzada Zamora árbol arriba de mis ancestros. Su padre, que era natural de Alba, se llamaba Francisco Montenegro Plaza, y había nacido el 12 de noviembre de 1787. Le bautizó Juan Antonio Herrero Monedero, beneficiado de preste, y cura teniente de la parroquia de Nuestra Señora del Cortijo. Los padrinos fueron Francisco Montenegro, su tío, y su mujer Manuela de la Cruz, vecinos del pueblo.

 

   Con veintitrés años, en plena Guerra de la Independencia, marchó a Cevico para casarse con María. Fue el 23 de febrero de 1811, en la iglesia de San Martín. Ofició el matrimonio el cura Vicente Revilla, párroco. La madrina era de Población, y el padrino de Alba, donde se establecieron, y trabajaba él de jornalero sus campos

 

   Era hijo de Isidoro Montenegro Martín, que también era de Alba, donde había nacido el 17 de diciembre de 1763. Le bautizó el mismo cura que veinticuatro años más tarde bautizaría a su hijo Francisco. Su abuela materna María Ruiz, y Miguel Merino fueron los padrinos.

   Como su hijo Francisco, y su nieto Isidoro, él también buscó mujer fuera de su pueblo. Tuvo que ir hasta Amusquillo, y desde allí, río Esgueva arriba, dejando atrás Castroverde de Cerrato, llegar hasta Torre de Esgueva. Allí se casó con Teresa Plaza Esteban el 30 de junio de 1787, ante Baltasar Cabezón, cura de la parroquia de San Martín, de donde era la novia.

 

   Los nombres de estos tus antiguos Montenegro se van repitiendo, y alternando entre Isidoros, y Franciscos. Nos sale al encuentro ahora Francisco Montenegro Frómista, el padre del último Isidoro, que nació el 1 de mayo de 1731. Le bautizó el cura de la parroquia de la Virgen del Cortijo, que por su apellido debía ser también de Alba, llamado Juan Bautista Monedero. También los padrinos Manuel Ribas, y María Ruiz.

 

  Éste no buscó mujer fuera del pueblo. Se casó el 10 de enero de 1752 con Lucía Martín Ruiz, una joven del pueblo que acababa de cumplir diecisiete años. Ofició el casamiento el bachiller José Villarrubia.

 

   Tu Francisco era hijo de Isidoro Montenegro García, y de Ángela Frómista Fernández, los dos naturales de Alba. Ella, diecinueve años más joven que él, había sido bautizada por el Padre José de Castro, un fraile del convento de Santa Ana, de los Clérigos Menores de Castrillo Tejeriego, a tan solo veinte kilómetros, con licencia del párroco de Alba, y él había nacido en abril de 1677, y el día 17 le bautizó el cura Manuel de Medina Rosales. Fueron sus padrinos Manuel García, estudiante, y Manuela Montenegro.

 

   Isidoro era viudo de Ángela López Herrero, cuando se casó el 14 de julio de 1721 con otra Ángela, la madre de Francisco, ante el cura de la iglesia del Cortijo Juan Bautista Monedero. Manuel de Montenegro, e Isidora Fernández, vecina de Piña de Esgueva, fueron sus padrinos. Con la primera mujer había casado a los veintiséis años, en 1703. Todavía habrían de pasar diez años hasta que viniera al mundo su hijo Francisco.

 

   Los padres de tu Isidoro se llamaban Francisco Montenegro Caballero, y María García de Pisa. Ella había nacido en Castroverde de Cerrato, al otro lado del páramo, en la vega del Esgueva, y Bautista del Cura, el párroco de la Asunción, la había bautizado el 26 de septiembre de 1656.

 

   Francisco, su padre había nacido también en Alba, tres años antes, en octubre de 1653. El cura Santos López de Ordejón le bautizó el día 25, siendo los padrinos dos vecinos de Vertavillo estantes en Alba, Diego, e Isabel Montenegro.

 

   Francisco, y María se casaron en Alba, ante Manuel de Medina Rosales, el 17 de mayo de 1673. Diego Montenegro, de Esguevillas, y María Elices fueron los padrinos, siendo testigo el alcalde Fernando de Ribas.

 

   El padre de Francisco se llamaba Isidro Montenegro de las Moras, tu nombre familiar por excelencia. Y había nacido en Vertavillo, de donde vimos que eran los padrinos de su hijo Francisco, en abril de 1626. El doctor Pedro de las Moras Trejo,  cura de San Miguel y quizá su tío, le bautizó el día diecisiete. Pedro Romero otro cura de Vertavillo, y Ana Bernabé fueron sus padrinos.

 

   Fieles a la costumbre de tus Montenegro de casarse en otro pueblo, Isidro bajó a casarse a Alba con María Caballero Nieto, una joven que había nacido en este pueblo en septiembre de 1628, hija de Francisco, también de Alba, y de María. El cura Domingo Herrero le bautizó el día 6. Pedro Monedero, y Juana González fueron sus padrinos de pila.

 

   El matrimonio se celebró ante Santos López de Ordejón, cura de la iglesia de Ntra. Sra. del Cortijo el 6 de octubre de 1652. Su pariente Lázaro Montenegro, e Isabel González fueron los padrinos.

 

   Este tu último Isidoro, o quizá debo decir el primero por ser el Isidoro más antiguo, nos lleva a Vertavillo como origen familiar, y cuna de tu apellido, que bajando con él a Alba en 1652, volvería a subir a Vertavillo casi doscientos años después, en 1840 con Isidro Montenegro Calzada. Los dos para contraer matrimonio.

 

   Isidoro era hijo de Alonso Montenegro Mozo, y María de las Moras Ruiz, hija de Martín, y Catalina, una mujer cuyo apellido Moras permanece aún vivo en este pueblo.

 

   Alonso debió nacer en marzo de 1601, porque el 2 de abril aparece bautizándole el cura Pedro Gómez, en la iglesia de San Miguel. Juan Sanz, otro beneficiado del oficio de preste, y Catalina del Puerto le apadrinaron.

 

   El matrimonio de Alonso y María, como otros muchos,  no podemos documentarlo, porque los libros de matrimonios no empiezan a datarse hasta 1638.

 

   Y llegamos al final de nuestro recorrido por tus antepasados Montenegro en la persona de su padre Lázaro Montenegro, cuyo bautismo no aparece  en el primer libro de bautismos, que empieza en 1579, por lo que tuvo que nacer unos años antes, hacia 1576, igual que su mujer, y madre de Alonso, y sus hijos María Mozo.

 

 

 

   Este es un breve recorrido por la saga de aquellos tus Montenegro, en su periplo vital entre Alba y Vertavillo. Apenas un pequeño intento de sacarles a la luz, visibilizarlos, y darles vida, recordando su historia a través de las fechas que unos curas dejaron escritas cuando se iban casando, bautizaban a sus hijos, y enterraban a sus muertos.

 

   Un acercamiento, en fin, a sus andanzas por estos pueblos del Cerrato, mientras trabajan la tierra, en el duro, y agotador oficio de ganarar el jornal a golpe de arado y sementera; de azadón y hocino; cosecha y trilla; majuelo y vendimia; grano aventado, y harina en el molino, que por generaciones será el pan que mojará su sopa, y los garbanzos del cocido que alimentará a sus hijos.