CONVERSACIONES CON MI APELLIDO

   

LOS NIETO EN OLIVARES de DUERO

 

 

 

 

   Antonio Nieto Martín fue el primero de tus Nieto que se marchó de Valbuena de Duero, su lugar de origen y el de tres generaciones anteriores, -padre, abuelo, y bisabuelo-, para establecerse, y fundar una familia, que sería extensa y muy fecunda, en Castrillo Tejeriego, un poco más al norte.

 

   Él fue el mayor de los siete hijos que tuvieron sus padres, Lorenzo Nieto Ortega, y Antonia Martín Ortega. Y ya en Castrillo, casado con Teresa Sardón Cortijo, tuvieron ocho hijos. Sus descendientes, de donde me viene tu apellido, permanecieron en Castrillo, durante otras cuatro generaciones, y al menos ciento veinte años, hasta que un nieto de uno de sus nietos, Blas Nieto Urdiales, marchó un poco más al norte, a Esguevillas de Esgueva, también para casarse y fundar otra familia. Allí nació su hijo Nicolás, de quien ya he escrito, el abuelo de mi abuelo Abel.

 

   Tus Nieto se van acercando, -en la pulsión irrefrenable de sus caminatas por estas tierras del Cerrato-, siempre hacia el norte, -como apreció mi amigo Alfonso-, hasta el lugar, y el momento en que me sales al encuentro.  

   Cuando escribí sobre tus Nieto VI, los nacidos en Valbuena, el último ascendiente de Antonio que pude documentar fue el bautismo de su bisabuelo Juan Nieto Gil,  el abuelo de Lorenzo, su padre, el 28 de septiembre de 1593.

   Como tanto los libros de Bautismo como los de matrimonio empiezan en 1591, pensé que no podría llegar más allá en el estudio de tus antepasados, y me quedé varado en Pedro y María los padres de Juan, dando por hecho que todos serían naturales de este pueblo, y conformándome con haber llegado hasta ese 1593.

 

   Sin embargo, años más tarde, en el Archivo diocesano, en el primer Libro de Bautismos de la parroquia del  pueblo de al lado, encontré sin buscarlo el nacimiento de Pedro. Fue en la parroquia de Olivares de Duero, a sólo seis kilómetros aguas abajo del Duero, también en la margen derecha, en los límites meridionales del Cerrato, cuya frontera y límite marca el río.

 

 

 

   Ambos pueblos están en la carretera provincial 3001 que nace en Renedo de Esgueva, pasa por Villabáñez, llega hasta Olivares, y pasando por Valbuena termina en Pesquera de Duero.

 

   Desde Olivares a Pesquera la carretera discurre plana  por el valle del Duero, entre un mar de viñedos plantados entre la orilla del río y la ladera del páramo. Pertenecen a las diferentes bodegas de la denominación de origen “Ribera del Duero”, seis al menos, que tienen allí sus llamativas y sorprendentes construcciones, en mitad  del campo. Edificaciones nuevas en un viejo territorio, cuyo recorrido y visión es un regalo para la vista en cualquier época del año.

 

   Aquí, en este pueblo de Olivares de Duero, en agosto de 1576, fue donde encontré el nacimiento  de tu antepasado Pedro Nieto el Mozo, el padre del último Juan que nació en Valbuena. Y el día 1 de septiembre, en la iglesia de San Pelayo le bautizó el Bachiller Alonso González, cura y beneficiado de la misma. Su padrino fue Juan Domínguez.

   Este Pedro se casó con María Gil, que quizá fuera natural de Valbuena, porque no he encontrado su bautismo ni matrimonio en Olivares, y son precisamente esos años los que allí no están aún documentados.

 

   Hoy Olivares es una población que como he apuntado vive del vino, y de sus renombradas bodegas. Asentada a 740 metros de altura, a los pies del páramo, en un valle que el frescor, la frondosidad, y el discurrir del Duero hace hermoso, y apacible.  De su patrimonio, e historia son ejemplo su iglesia, el puente, y la ermita.

   La ermita de la patrona, la Virgen de la Estrella, es del siglo XVII, y está a las afueras.

   La iglesia gótica de San Pelayo, donde se bautizaron tus Nieto más antiguos, es un edificio del siglo XV, -Bien de Interés Cultural-, que guarda el  tesoro incomparable, y sorprendente de su retablo, una joya llamada “la perla del Duero”, obra cumbre del Renacimiento pictórico español.

 

 

  Datado entre 1520, y 1526, está compuesto por cincuenta y una tablas al óleo atribuidas al Maestro de Olivares, identificado como Juan de Soreda, de las que falta una desaparecida por robo. En el centro, con otra de la Virgen, hay una escultura de 1,70 metros de San Pelayo, el titular de la iglesia, de la escuela de Felipe Bigarny, martirizado en Córdoba por Abderramán III, cuya cabeza aplastan sus pies. Es el patrón del pueblo, y la fiesta se celebra el 26 de junio. Estuvimos hace un par de años.

 

   La construcción del puente de siete arcos la autorizaron los Reyes Católicos en febrero de 1494, aunque no fue hasta el verano de 1571 cuando se iniciaron las obras en la margen izquierda, en Quintanilla de Abajo, el pueblo del otro lado del río. Las del lado de Olivares empezaron en abril de  1572, a cargo del Maestro de Cantería Francisco del Río, natural de la Merindad de Trasmiera, en el litoral oriental de Cantabria, quien por cierto estaba al frente de las recién iniciadas obras de construcción de la iglesia renacentista de Cevico de la Torre, -a solo treinta y cinco kilómetros-, y estuvo al frente de ellas hasta el año 1580, que traspasó la ejecución a otros maestros canteros, al parecer por estar al servicio de Felipe II en la obra del Monasterio del Escorial. Las obras del puente, por diferentes avatares, no se dieron por concluidas hasta el año 1624.

 

 

      Siguiendo tras las huellas de tus antepasados Nieto de Olivares, los libros bautismales aún me deparan la grata sorpresa de informarme también de los padres de Pedro. Así, está escrito que el primer Nieto del que hay acta de bautismo, se llamó Pedro Nieto, el Viejo, y nació en septiembre de 1543, el Bachiller, beneficiado de preste, y cura en dicha iglesia, apellidado Tejero, le bautizó el día 20, poniéndole por nombre Pedro. Aparece como su padrino de pila Juan Nieto el Viejo, su abuelo; la madrina fue María, la mujer de Rodrigo Cabo. Por otros casos que me he encontrado no era infrecuente que el abuelo apadrinase al nieto.

   Pedro el  Viejo, se casó con Catalina, de quien no tengo datos, que como digo fueron los padres de Pedro el Mozo. En su bautismo se dice que sus padres eran  Juan Nieto el Mozo y  Francisca, que habrían nacido en torno al año 1520, y su padre bien podría ser ese Juan Nieto el Viejo que aparece como padrino en el bautismo de su nieto Pedro Nieto, el Viejo en 1543, y tendría entonces alrededor de cincuenta años, y habría nacido a finales de los años noventa del siglo anterior.

 

   Una amiga genealogista, del Portal de Archivos Españoles, PARES, me manda la referencia de un “Pleito de Concejo, justicia y regimiento de Olivares de Duero, del que da fe la escribanía de Alonso Pérez el 15 de diciembre de 1557, sobre el pago al Concejo de la renta que Juan Nieto debe por el arrendamiento de ciertas aceñas en el río Duero, que le hizo la citada villa, que son ciertas cargas de trigo, y cebada”. Parece que este antepasado tuyo y mío, seguramente Juan Nieto el Mozo, gestionaba un molino harinero en el cauce del Duero, y se le reclama el pago de la renta pendiente… Cuatrocientos años más tarde, un descendiente suyo, mi abuelo Abel, -que había sido molinero en alguno de los muchos que había en los arroyos del Cerrato-, se encontraba trabajando en la fábrica de harinas de mi pueblo, perpetuando aquel oficio.

 

   El 15 de diciembre de 1500 aparece también documentada, en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, una “Orden a Juan Nieto, alguacil de Casa, y Corte, para que prenda a Fernando Hergueta, alcaide de Olivares de Duero”. Lo que nos da idea de que tus antepasados en este pueblo vienen de muy antiguo, y se remontan en el tiempo antes de que se anotasen sus nombres en los Libros Sacramentales. Podría ser que este Juan Nieto alguacil, fuera el padre de aquel Juan Nieto el Viejo, el padrino de su nieto Pedro, que habría nacido cuando en el ejercicio de su cargo, a su padre se le ordenaba detener al alcaide de su pueblo.

    Desde el bautismo de este Juan Nieto el Mozo, el molinero, en la pila bautismal de esta iglesia, en torno al año 1520, -todavía no habría acabado de ensamblar el retablo el tal Pedro de Guadalupe que lo firma por la parte posterior; y estas tierras se estaban desangrando en plena Guerra de las Comunidades contra el Emperador Carlos V-, hasta nuestros días, han pasado más de cinco siglos de historia ininterrumpida de tu apellido; al menos dieciocho generaciones hasta llegar a los hijos de mis hijas. Cientos, miles, de hombres y mujeres que te llevaron, y aún te llevamos, junto al nombre. Cada uno con su historia, disuelta, perdida, y olvidada en la Historia escrita a lo largo de estos casi quinientos cincuenta años, que nos separan de aquellos tres Juan Nieto, -el alguacil, el Mozo, y el Viejo-, de finales del siglo XV, y primer cuarto del XVI. Y de los dos Pedro Nieto, -padre e hijo, el Viejo y el Mozo-, que les sucedieron también en este pueblo ribereño del Duero.

 

 

   Olivares me aparece así, en esta historia, como un cruce de caminos entre Valbuena de Duero y Castrillo Tejeriego. En Olivares de Duero nacieron tus Nieto más antiguos, cinco generaciones al menos, hasta que hacia el 1590 uno remontó el Duero para casarse, vivir, y durante cuatro generaciones, y otros ciento veinte años, trabajar para hacer de Valbuena, -a la sombra del monasterio cisterciense de Santa María-, un pueblo vivo, laborioso y próspero.

   Antonio, uno de los tuyos, cien años después volvió de nuevo a Olivares, aunque esta vez sólo de paso, para tomar el camino que, pegado a la monumental iglesia serpentea hasta alcanzar el páramo, y tocando el cielo en su llanura inabarcable, se asoma apenas nueve kilómetros después, al pequeño, estrecho, y suave valle del arroyo Jaramiel, con Castrillo Tejeriego como una postal abajo, al fondo, y a la vista.

 

   Le vio desde lo alto apretado en torno de su iglesia, nave acogedora, referente, y protectora. Lo trabajó después incansable y laborioso en sus bodegas, el campo, y  las viñas. Viviría la alegría de la fiesta procesionando y bailando, cofrade alegre y romero, en septiembre en la solemnidad de Capilludos, la Patrona y reina de las ermitas, aguas arriba del arroyo. Y celebraría devoto la fiesta de Santa Ana, acudiendo cada 26 de julio al convento que los Clérigos Menores tenían en la plazuela del mismo nombre desde el lejano septiembre de 1619.

 

 Este fue el destino que escogió Antonio, o al que quizá le llevó el azar, para dar un vuelco a su vida, y construir una etapa nueva, apasionante junto a Teresa Sardón Cortijo, la madre de sus hijos. Matriarca y gran mujer, enraizada en el pueblo por línea materna, como atestigua su apellido Cortijo, “el apellido con más antigüedad, y más genuinamente de Castrillo, ya que aparece desde los primeros años de 1500 hasta la actualidad”, escribe Alfonso de la Fuente, hijo ilustre, y notario de la historia y la vida de este pueblo donde se hunden sus raíces y arraiga el origen de sus antepasados.

   Seguramente, cuando después de despedirse de sus padres y hermanos, viniendo de Valbuena pasó por Olivares, no sabía que estaba desandando el camino que había hecho Pedro Nieto el Mozo cien años antes. Quizá, incluso,  pudiera haber alguno de tus Nieto viviendo allí todavía, descendiente de aquel Pedro Nieto el Viejo.

 

   Es como una metáfora de la vida. Pasamos por lugares, recorremos caminos, quizá nos cruzamos con personas con los que, sin saberlo, compartimos un pasado antiguo, unos ancestros comunes que en esos lugares empezaron a dibujar la esencia más profunda de lo somos; y a plantar las raíces donde se sustenta el árbol que cobija nuestra historia. Pero hasta que no se produce el encuentro, y el reconocimiento del otro como parte de ese pasado común compartido, -“somos primos en no sé qué generación anterior”-, no se produce la alegría festiva, y gozosa del reencuentro con una parte de nosotros mismos que desconocíamos, principio de una amistad, y relación nueva que nace.

   Robándole las palabras al autor del libro que estoy leyendo en este confinamiento, y sacándolas de contesto, y como colofón a esta conversación contigo, Nieto de Olivares, tu historia: “Es la historia compartida. Como una gran carrera de relevos, generación tras generación… Impresiona pensar en la herencia que cada uno hemos recibido. En la cantidad de personas que están en ese árbol genealógico de cada uno. ¿Quién me transmitió a mí? Y a esa persona ¿quién lo hizo? ¿Y a aquella? Si nos remontásemos al pasado iríamos retrocediendo siglos. Recorriendo sociedades y épocas de las que solo hemos oído hablar en los libros de historia. Iríamos cada vez más hacia atrás. Una enorme cadena de testigos que llega hasta hoy, hasta mí. Gracias a esta enorme comunidad, que ha ido compartiendo un legado, y enriqueciéndolo conjuntamente, estamos nosotros aquí”. (José Mª Rodríguez Olaizola).