BAILANDO PAREJAS, HASTA LA DE LA GUARDIA CIVIL   

 

 

    

 

 

Hoy, 11 de noviembre, es San Martín. Fiesta en Espinosa de Cerrato. Músicos y almendreros se daban cita, y también el salón de baile del señor Gregorio amenizaba con su pick-up.

 

Pero esta fecha es propicia para que el frío se cuele como un protagonista más.

 

Así, en una ocasión las fuertes heladas hicieron su aparición en las fechas de la fiesta, lo que motivó que un grupo de chicos propusiera a las chicas con las que estaban bailando hacer acopio de bebida y acudir a pasar la velada a la casa de uno de ellos. Llevarían un pick-up y así la fiesta no decaería, pero salvando el intenso frío.

 

De esta manera unas 8 ó 10 parejas trasladaron el jolgorio a la casa. Acomodados en la planta superior, bailando a los sones del pick-up, oyen llamar a la puerta. Paran la música y preguntan “¿quién va?”. “La pareja de la Guardia Civil, abrid inmediatamente”, escuchan como respuesta.

 

Su presencia en el pueblo se debía a controlar a los almendreros, que iban de feria en feria y solían llevar el juego del bote, estando prohibido cualquier juego de azar. La tradición hacía que este juego fuera más o menos tolerado en Semana Santa, pero no así el resto del año, por lo que la gente hacía corro para taparlo y a la par vigilar para si atisbaban a la Guardia Civil sacar rápidamente las almendras del bote y hacerle desaparecer. Otras veces obsequiaban con almendras a la propia Guardia Civil para que hiciera la vista gorda y “no viera” el bote, aunque sabían perfectamente que lo había.

 

El caso es que con el miedo en el cuerpo, dos de los jóvenes bajan a abrir. Efectivamente, era la Guardia Civil. Uno de los guardias subió al piso en el que estaban bailando las parejas y el otro se quedó abajo solicitando el DNI a los chicos que les habían abierto la puerta. Tímidamente los chicos le responden que le tienen en la chaqueta, y la chaqueta en el piso de arriba, pero preguntan que porqué se lo piden si les conocen perfectamente. Hasta que el guardia se sincera: “en realidad es que nos aburríamos de estar ahí afuera y veníamos a ver si nos dejáis estar un rato aquí con vosotros”. Los chicos, aliviados, responden: “sí, hombre, ¡cómo no!”. Así que subieron todos al piso de arriba, donde tenían la fiesta. Los guardias civiles se despojaron del mosquetón, del gorro, del barbuquejo… y se pusieron a bailar con todos.

 

 

 

Con el paso del tiempo los efectos de la bebida se iban notando, tanto en los chicos como en los guardias, por lo que las licencias iban en aumento. A uno de los guardias civiles le gustaba una de las chicas de la cuadrilla, y cuando ella bailaba con otro intervenía para quitársela. Eso fue hartando poco a poco a los chicos. Hasta que uno de ellos, Aniano Arnáiz, pensó qué decirles a los guardias para que les dejaran tranquilos, y se le ocurrió proponerles: “si queréis seguir aquí con nosotros tenéis que bajar a la calle y a todos los que encontréis ordenarles que se vayan a casa”.

 

Dicho y hecho. Vuelta a ponerse el mosquetón, el gorro, el barbuquejo... para bajar a la calle. Al primero que paran los guardias civiles es al señor C., conocido como “siete pechos”, y le dicen: “a ver, el DNI”, y él: “pero vosotros a mí me pedís el carnet de identidad, ¿pero es que no me conocéis de sobra?”, pero los guardias reiteran: “el DNI”, obteniendo como respuesta “no le tengo”. Qué más querían ellos: la excusa perfecta para ordenar “pues a casa inmediatamente, no le queremos ver por aquí”. Y así uno tras otro fueron enviando a numerosos vecinos a sus casas para una vez cumplido lo encomendado poder ellos volver a la casa donde estaba la fiesta.

 

Llaman de nuevo a la puerta, pero los jóvenes, envalentonados por el alcohol ingerido y poco proclives a contar con los guardias como invitados en su fiesta, en vez de bajar a abrir se asoman a la ventana y uno de ellos se pone a orinar. El chorro caía sobre los tricornios, convertidos en involuntarios orinales.

 

El cabreo de los guardias fue tan monumental que cuando logran acceder de nuevo a la casa ordenan: “esto no puede ser, todos a casa”. Pero les responden “bueno, lo de todos a casa…, que se vayan la chicas, pero los demás tenemos que limpiar las escaleras, que están manchadas de chocolate, y vosotros también las habéis manchado así que antes de irnos todos a casa habrá que limpiarlo ¿no?”.

 

De nuevo dicho y hecho. Los guardias civiles ayudando a limpiar las escaleras. Una vez todo limpio, cuando ya salen de la casa y cierran la puerta, a alguno se le ocurre decir: “¿y dónde vamos ahora?, vamos a despertar al carnicero para que nos venda unas chuletas”. Se encaminan hacia la casa del carnicero, le despiertan, y le compran varios kilos de chuletas. El siguiente paso, ir al paraje que denominan el lagar, junto a las bodegas, y allí, bajo una intensa helada, encendieron una hoguera que les sirvió para calentarse y para asar las chuletas. Cuando acabaron de comerlas ya había amanecido y los que estaban más sobrios acompañaron a la pareja de la Guardia Civil hasta el cuartel de Antigüedad para dar alguna explicación y que el cabo no les castigase. El cabo atendió las explicaciones, pero exclamó “no me jodáis, me vais a buscar un compromiso…”