NOVEDADES 2019

 

   

      LOS NIETO-PARRA, LA TRAYECTORIA VITAL DE NICOLÁS.

 

 

 

   El primer NIETO que nace en el Valle del Esgueva, concretamente en Esguevillas deEsgueva, por quien me llega tu apellido a través de cinco generaciones, fue Nicolás Nieto Velasco, el protagonista de esta historia, que quiere ser un homenaje a su recuerdo.

 

   Su padre, Blas Nieto Urdiales era originario de Castrillo Tejeriego, diez kilómetros más al sur, subiendo hasta los 900 metros del páramo de Villafuerte, y bajando al valle del arroyo Jaramiel, donde en una fértil vega se asienta este pequeño pueblo, que hace siglos albergó un castillo de la Familia de los Velasco; y el convento de santa Ana, de la orden de los Clérigos Menores que fundara en Nápoles San Francisco Caracciolo, a finales del siglo XVI.

 

   Blas fue la cuarta generación de los de tu apellido que vivieron en Castrillo, prosperando, multiplicándose, y teniendo un papel relevante en la vida y economía del pueblo, desde que el primer Antonio llegó a él procedente de Valbuena de Duero, más al sur, en la margen derecha del río que da nombre a este precioso, y famoso valle vitivinícola, allá por los primeros años del siglo XVIII, cuando le vemos casándose en Castrillo en el año 1719.

 

   Vivía en Villafuerte de Esgueva, y era “jornalero”.  Bajó a Esguevillas para casarse con Luciana Velasco Lerma en diciembre de 1843. Tenían 22 años los dos, y abrieron un tiempo efímero, una etapa breve, apenas unos años de estancia y paso de tu apellido en este pueblo, que igual que irrumpió de pronto, desapareció a los pocos años, casi sin dejar rastro.

 

   Nicolás vino al mundo nueve meses más tarde, a las cinco de la mañana del 10 de septiembre de 1844. Se dieron prisa en bautizarle, pues Ángel Salas, el cura teniente de la preciosa iglesia de San Torcuato, comisionó a Domingo Merino, “sirviente de Beneficio” de dicha iglesia, para que le bautizase al día siguiente.

 

   Todo fue rápido e intenso en los ochenta y cuatro años de su larga vida.

   Antes de cumplir los veinte años, en el verano de 1865,  se casó con Inés Parra Aguado, dos años más joven que él. Al año siguiente nació el primero de sus doce hijos.

 

   Hace años pensaba que Nicolás e Inés se fueron a vivir sobre 1885 a Hérmedes de Cerrato, quizá escapando de la terrible epidemia de cólera que se declaró en Esguevillas el 1 de agosto de 1885, dejando setenta y nueve fallecidos en el pueblo, muchas familias rotas, y el cementerio colapsado, y clausurado, hasta el punto de tener que construirse uno nuevo.

 

   Pero no fue así, pues he encontrado documentados datos muy importantes de su vida, que yo desconocía, y les sitúan viviendo ya fuera de Esguevillas, por otros pueblos del valle del Esgueva, antes de ese malhadado año de 1885; y mucho antes de llegar, al fin de su largo periplo vital, a Hérmedes de Cerrato, allá por 1888.

 

   Nuestro buen Nicolás, el abuelo de mi querido abuelo Abel, era albañil, y revocador, que  según la RAE es el “obrero que se ejercita en revocar las casas, y paredes”.

 

   En Esguevillas de Esgueva le vemos viviendo, y ejerciendo su oficio, al menos hasta 1878, año en que les nace allí Ángel, el sexto de sus hijos.

   Isidoro fue el primero. Nació a las dos y media de la mañana, el 2 de enero de 1866, en el número 6 de la calle del Clavel. Julián Ayuso, cura ecónomo de la parroquia, le bautizó el día de Reyes. Pedro María, e Isabel Nieto, mozos solteros fueron sus padrinos.

 

   Luego vino al mundo mi bisabuelo Vidal, el 28 de abril de 1868, a las seis de la mañana en la calle del Arco número 12. Su abuelo Blas, y su tía Isabel Nieto Velasco, la única hermana de su padre, fueron sus padrinos de bautismo, y Eulogio Mediavilla, cura ecónomo, lo ofició.

 

   Después llegaron Victoria, a las dos y media de la mañana, el 23 de diciembre de 1871, también en la calle Clavel 6; y Sebastián en 1874, el 8 de enero, dándose la circunstancia de que la bautizó el día 25 el párroco de Villavaquerín, que a la sazón estaba al cargo de la iglesia de san Torcuato. Murieron a los doce días aquella, y éste a los dos meses de vida.

 

Julia llegó al mundo el 1 de octubre de 1875. Por último, el postrer hijo esguevano que tuvieron fue Ángel, que nació a las diez de la mañana del 1 de marzo de 1878, en la calle Barrionuevo número 3. Tampoco sobrevivió, pues murió a los dos meses, a las nueve de la mañana del 29 de abril, y  don Gregorio Moral de las Heras, que le había bautizado el día 4, le enterró en el camposanto. No escribe  la causa de la muerte.

 

   Entre mayo de 1878, y junio de 1879 se trasladaron a vivir a Olmos de Esgueva, a 15 kilómetros aguas abajo del valle, hacia el oeste, dirección Valladolid. Al revocador le saldría trabajo, y allí se fue con Inés, y sus tres hijos: Isidoro, Vidal, y la pequeña Julia.

 

   Estuvimos hace unos días a conocer y pasear por el pueblo, quizá con la esperanza de encontrar por aquí el rastro de la vida que de ti, mi apellido Nieto, pudieron haber dejado la familia de los Nieto Parra, con Nicolás e Inés al frente, y no pude menos que imaginármele a él ejerciendo su oficio al contemplar algunas de sus viejas casas.

 

   Es un pueblo que se extiende, se recrea y expande a sus anchas en el amplio valle que forma el Esgueva, en su margen izquierda, a 735 metros de altura, y con poco más de dos cientos habitantes, en el que nos llamó la atención su gran plaza mayor, acotada al tráfico, donde se asienta el recio edificio en piedra del ayuntamiento, construido en aquellos años del siglo XIX que ellos llegaron.

 

   Viniendo de donde venían, atravesarían Piña de Esgueva, y Villanueva de los Infantes. Dejarían el camino del valle, dejando a la derecha, al norte, los cotarros con las bodegas que no faltan en ninguno de estos pueblos del Cerrato, para cruzar a cien metros a su izquierda, hacia el sur, flanqueados por una hilera de acacias, el puente sobre el Esgueva que da entrada al pueblo, abriéndose en dos calles:  la del Molino, que pasando por el edificio abandonado que le da nombre, -donde se pueden ver y tocar sus muelas-,  nos lleva hasta el pequeño altozano donde se levanta la compacta iglesia de San Pedro, edificio gótico de piedra, y tres naves encaladas del siglo XVI.

 

   La otra es la del Arroyo, que remontando su débil curso cierra el pueblo por el  oeste, y nos lleva hacia las eras, el cementerio, el campo,  las afueras, y el monte, por el camino de Villavaquerín, hacia el sur.

 

   En Olmos debieron residir unos cinco años, entre 1878, y finales de 1882, en los que vivieron, por una parte, la alegría por el nacimiento de dos nuevos hijos, y la tristeza por la muerte de Julia, ya a punto de cumplir siete años, por una “laringitis aguda”, el 14 de julio de 1882 a las cuatro de la mañana. El cura Pedro Ibáñez la enterró con oficio de Ángeles, y misa rezada en el pequeño cementerio del pueblo, -silencio, cipreses, tapia de ladrillo, y una antigua capilla adosada sin techo-, que visitamos leyendo con recogimiento los nombres escritos en las lápidas.

 

   Los niños que vinieron al mundo en este su “nuevo pueblo”, fueron Feliciano, el 9 de junio de 1879, a las once y media de la noche; e Ireneo el 15 de diciembre de 1881, a las once de la noche. Con lo cual, si cuando marcharon de Esguevillas llevaron consigo tres hijos, al abandonar Olmos para dirigirse a un nuevo destino, eran cuatro los que les acompañaban: Isidoro, Vidal, Feliciano, e Ireneo.

 

   A primeros de 1883 ya habían levantado de nuevo su casa, y estaban viviendo en el pueblo de Torre de Esgueva, éste asentado en la margen derecha del río que da nombre a este sobrio, austero, y hermoso valle cerrateño, y pegado a la falda de la ladera del páramo, por la que se empinan sus calles por encima de la sencilla, sobria y austera iglesia de San Martín.

 

   Fueron treinta kilómetros aguas arriba, remontando el valle, atravesando y dejando atrás su querido Esguevillas, y otros pueblos, hasta llegar a otra importante etapa de su largo peregrinaje vital, dejando en cada una de ellas jirones, desgarros, gozos, y lágrimas, vida y muerte de su dura existencia.

 

   No hacía todavía un año que habían perdido en Olmos a la pequeña Julia, cuando nos encontramos a la señora Inés, a las siete de la tarde, afanada en su noveno parto, en un tercer pueblo distinto. Era el 30 de mayo de 1883 cuando trajo al mundo otra niña.

 

    Estaba todavía en carne viva su recuerdo, doliendo demasiado la ausencia de su risa, y viviendo como a oscuras sin la luz de sus ojos, como para no querer encarnarlo y aliviar su pena en la recién nacida, a la que quizá por eso, llamaron también Julia.  Su hermano Vidal, mi bisabuelo, y su abuela Luciana Velasco, que vino desde Esguevillas,  fueron los padrinos. Tristemente sin embargo, veintiocho días después, el 27 de junio, Tiburcio Atienza Puertas, el cura que la había bautizado, le hizo el oficio de sepultura, con misa de Angelis. Un problema gástrico, según el diagnostico del facultativo, se la llevó también de los brazos de su madre.

 

   Pasa el tiempo, y los años. Isidoro ya tiene diecinueve años, Vidal diecisiete, y ambos han aprendido el oficio de su padre, y trabajarían con él en este pueblo. Inés tiene ya treinta y ocho, y Nicolás cuarenta. Feliciano e Ireneo son dos niños de cuatro, y dos años.  

   

    Hemos llegado Nieto, siguiendo la vida de uno de los tuyos, al año 1885, el año en que el cólera arrasa, devastándolo, su pueblo natal, -precisamente  una de las víctimas fue una prima de estos niños, de cuatro años llamada Nicolasa Galindo Nieto, hija de Isabel, la hermana de Nicolás-. También fue el año en que aumentaría de nuevo la familia Nieto Parra, vecinos ahora de Torre. Fue el veinticuatro de mayo  de ese año cuando Vidal Nieto volvió a ser padrino de bautismo de un nuevo hermano, que había llegado al mundo el día diecinueve, día que la Iglesia celebra la festividad de San Dunstano, abad reformador de la vida monástica en el siglo X, obispo de Londres, y Canterbury, y santo muy popular en Inglaterra. Por todo lo cual el recién nacido tenía todas las papeletas para que don Tiburcio Atienza le impusiera el nombre del santo del día, y así lo hizo al derramar el agua de la pila bautismal sobre la cabeza de este niño, tan especial sin duda para ellos después de tantas pérdidas.

 

   La alegría, preludio de un doloroso y fatal misterio no escrito que viene repitiéndose  implacable y cruel, apenas duró veinte meses, pues el 11 de diciembre de 1886, “con oficio de sepultura conforme al ritual romano”, don Tiburcio le dio tierra en el camposanto, dejando escrito que murió de “muerte natural”.

 

   No sabemos cuánto tiempo más estuvieron viviendo en Torre de Esgueva. Lo que sí sabemos es que a primeros de abril de 1889, dejando atrás a sus párvulos muertos, vivían ya en Hérmedes de Cerrato.

 

   Saldrían por el Camino Bajo del Molino de Corcos, -apenas son poco más de siete kilómetros-, y remontando el valle hacia el norte, subiendo y atravesando el páramo, en  poco más de hora y media, llegaron  al fin al que sería su destino definitivo, donde acabarían sus días, y emprenderían su propia vida los hijos que allí se trajeron.

 

   Lo sabemos porque el 14 de abril de ese año tuvieron allí otro hijo, al que pusieron por nombre Máximo. Don Bonifacio Aramburu, párroco de la iglesia de San Juan Bautista, le bautizó el día 21, siendo esta vez los padrinos su hermano Isidoro, y su mujer Aurelia.

 

   Y es que Isidoro, el primogénito, se había casado el día 23 de febrero de ese año de 1899, en Fombellida de Esgueva, pueblo vecino, y muy próximo a Torre, con una joven de ese lugar llamada Aurelia Rebollo Arranz. Ofició la boda Miguel Guijas Torres, cura propio de la parroquia de San Antolín. Él tenía 23 años recién cumplidos, de oficio albañil, y ella 19. Un vecino de Hérmedes, Feliciano Mena, fue el padrino; y Facunda Atienza, residente en Madrid, ejerció de madrina.

 

   En el libro de Matrículas de 1890, este mismo cura confirma que Isidoro ya se había emancipado, y no vivía con su familia en Hérmedes, pues al hacer la relación de las familias que habían cumplido con el precepto de la iglesia, de confesar y comulgar por Pascua, de ésta que vive en la Calle de la Plaza, dice que la componen: Nicolás (45); Inés (43); Vidal (21); Feliciano (12); Ireneo (8), y Máximo (1). 

  Añade al final que sólo hubo unas trece personas que se negaron a cumplirlo, a pesar de sus insistentes recomendaciones. Los de tu apellido cumplieron con el precepto, y es que tu Vidal, además de ser allí albañil y pregonero, fue sacristán, lo que indica la cercanía a la religión y a la Iglesia de esta familia de trotamundos que firmaba con tu apellido.

 

   Máximo también murió niño, a los dieciocho meses, el 19 de octubre de 1890, de “catarro intestinal”, se dice en el acta de defunción. Bonifacio Aramburu Andrés, cura ecónomo, le enterró en el cementerio, anexo a la ermita mozárabe de la Virgen de la Era.

 

   Pero no fue este el último de sus hijos, pues aún faltaba por llegar Aquilina, la duodécima, que nació al mediodía del 4 abril de 1891. Fue bautizada privadamente “en caso de necesidad” por Segunda García, y murió de “entero-colitis” el 4 de octubre de 1892, siendo enterrada junto a su hermano por el mismo cura, sobreviviendo así sólo los cuatro los vástagos varones, de todos los que les nacieron.

 

   Inés Parra vivió aún veinte años más en Hérmedes, acompañada de Nicolás, viendo a sus cuatro hijos; rodeada de los ocho nietos que le dio su Vidal, y de los siete de Ireneo, y los de Feliciano, quizá de las visitas de Isidoro y los suyos… Murió el 4 de septiembre de 1912, de una embolia cerebral. Recibió la extremaunción, y no hizo testamento, porque no tendría mucho que dejar. “Se le hizo entierro con misa, por disposición de su esposo”, dice el cura que ofició el entierro.

 

   Tu Nicolás Nieto, el patriarca de muchos nietos Nieto, el abuelo del mío,  le sobrevivió otros dieciséis años, hasta el 17 de noviembre de 1928, día en que murió, y descansó al fin de tan largo y prolongado viaje por esos cuatro pueblos del Cerrato vallisoletano, y palentino donde vivió, e hizo suyos por su trabajo, su vida, y sus hijos.

 

   Fue a las 16 horas, y “de senectud”, se dice en la partida de defunción. Se le hizo funeral de cuarta clase, a voluntad de su hijo Vidal Nieto Parra.  Había vivido ochenta y cuatro largos e intensos años, -una edad poco frecuente en su tiempo-. Tuvo doce hijos, muchos trabajos, y dos mujeres.  Sí , dos porque sorprendentemente, casi ocho años después de enviudar, el  5 de julio de 1920, a los setenta y seis años de edad,  volvió a contraer matrimonio ante Adriano Sáez , coadjutor de la iglesia de San Juan Bautista, con Narcisa Arroyo Pinedo. El padrino fue el sacristán de la iglesia, su hijo Vidal, el padre de mi abuelo y de sus siete hermanos, que con seis hijos varones siguió multiplicando el rastro de tu apellido por lugares sin cuento.

 

   ¡Larga vida a su memoria, la de un hombre grande en su humilde vida!, rescatada de los viejos libros sacramentales de las iglesias de los pueblos que habitó, que quizá él revocó, y arregló, y de la que podemos y debemos  sentirnos felices, orgullosos, y comprometidos los descendientes que llevamos su apellido.

 

 

                                                                                   Vidal Nieto Calzada.          Cevico de la Torre,noviembre de 2019.