NOVEDADES 2025


Plaza y Rollo de Alba de Cerrato
Yendo desde Cevico de la Torre hacia el sur, a través del amplio valle que forma el arroyo Maderano que nos acompaña por la izquierda, después de cuatro kilómetros la carretera inicia un suave zigzag para subir hasta los 800 metros del Portillo que salva el monte para descender, por el otro, lado al valle que de este a oeste recorre y forma el arroyo Maderazo.
Es la constante de esta Comarca. Estamos en El Cerrato. Subidas desde el valle a páramos infinitos, para bajar de nuevo a otros valles, que en junio ya van perdiendo la indescriptible belleza de su verde luminoso, y el esplendor que esta primavera lluviosa ha hecho aún más intenso, adquiriendo los amarillentos tonos del verano y la cosecha.
Al coronar El Portillo se nos muestra, pequeño y recogido Alba de Cerrato. Un pueblo situado ahí abajo, al sureste de la provincia, en un cruce de carreteras que nos llevan a varios pueblos del entorno, apiñado entorno a la suave Mota que se levanta como por sorpresa en la planicie del valle. En ella se levanta su iglesia de la Virgen del Cortijo, y la torre, a las que se puede acceder por una amplia escalinata. Ahí también se hicieron las bodegas, elemento esencial en la identidad y paisaje de estos pueblos: “Son alrededor de treinta y cinco, y están situadas en su cara norte. Están excavadas en tres niveles, y se cree que se empezaron a construir hacia 1600, fecha en que Alba gozaba de gran prestigio y prosperidad, como lo muestra el rollo existente en la plaza, que era insignia de jurisdición de Villa". Y estuvieron también las viviendas cuevas en las que, hasta no hace tanto, vivieron los más pobres de estos pueblos, y que aquí en Alba, llaman chozas, horadadas con la piqueta en las laderas y cotarros de los cerros.
Hay que subir a La Mota para ponernos a la altura de la torre, disfrutar de la visión de un amplio paisaje, y ver esparcirse el pueblo a los pies. Cientos de gallinas campan a sus anchas ahí abajo, al aire libre, en la granja de Laura. Más allá, camino del monte, y de Esguevillas, está la viña de más de seis mil pies que José Ignacio Mélida empezó a plantar en el 2007, para crear una bodega que hoy gestiona su hijo Álvaro. Huevos y vino, la Granja Pepín y la Bodega Carreprado, avicultura, y enología, dos nuevas señas de identidad que dos jóvenes emprendedores han traído al pueblo.
Alba está rodeado de otros pueblos palentinos amigos: Vertavillo, Cevico, Población, que han hecho del acogedor bar del pueblo, atendido por una Fátima incansable, un punto de reunión, encuentro y esparcimiento, donde hacer un alto, jugar la partida, conversar con amigos y vecinos, pasar un rato, y hacer comunidad para que la vida no se nos termine de marchar de estos pueblos cargados de tanta identidad, paisaje, e historia.
A las afueras, más hacia el sur, salen dos carreteras que en ocho kilómetros nos llevan al Valle del Esgueva, y a sus pueblos del Cerrato vallisoletano. Son dos rutas que discurren por un paisaje hermoso, con escaso tránsito, donde se escucha el silencio, se ven rapaces, algún raposo, y corzos. Y encinas, y monte, y pequeños valles con nombres sonoros, como el de Arranca.
Este pueblo, que ya huele a sus fiestas patronales en honor a san Pedro su patrón, al que Elpidio Ruiz, poeta de esta tierra cantara:
“Me gustas al mojarte y al hundirte, / al seguir a Jesús en lejanía/ y al llorar tu pecado amargamente. / Por eso vengo a hablarte y a rendirte/ mi eterna devoción y cercanía/ a tanta fe como sembró tu frente/ Alba. Simón, Apóstol de la euforia, / sueño de ayer en trigo cosechado”, este pueblo, sí, está ya preparando la gran corta de leña que arderá en la plaza en gigantesca hoguera, que saltarán jóvenes y chiguitos a las doce de la noche del viernes 27 en la plaza; y la procesión, con la música y los bailes por sus calles el 29, día grande de la fiesta, seguidos de la popular comida de confraternización vecinal en el parque, o quizá en lo que fue la ermita de Nuestra Señora del Arrabal.
Este pueblo, como todos los pueblos vecinos, tiene su pequeña historia doméstica y cotidiana escrita en los libros parroquiales de su iglesia, que retratan su devenir en el tiempo. Desconocida, oculta, triste y muchas veces dramática, porque donde yo he bebido, y me ha salido al paso, ha sido en los libros de difuntos, allí donde los curas del momento anotaban todas las defunciones de sus moradores, con las causas que las producían, sus circunstancias personales, las últimas voluntades que expresaban al escribano de turno, o al fiel de fechos si éste no estaba, o al párroco en ausencia de estos dos. De estas muertes más de dos terceras partes eran de niños sin nombre, que morían al poco de nacer y ser “bautizados con agua de socorro en casa”; y de muchos “párvulos”, y niños de pocos años; y mozos solteros. Un gran número de estas partidas llevan anotado al margen el calificativo de “pobre”, o “pobre de solemnidad" que era llevado a enterrar a la iglesia, con oficio sencillo y sepultura de limosna. Muchas eran de viudas, y si eran viudas eran pobres. Las hay asimismo de personas de paso, gentes desconocidas sin recursos que iban pidiendo, y les sorprendía, agotados, la muerte en el "hospital" del pueblo.
Vamos a hacer un repaso por la crónica histórica que se nos descubre en estos documentos, para sacar a la luz las pequeñas historias que sucedieron, e intentar comprender cómo era la vida y la muerte en aquel tiempo, los sucesos más llamativos, que sacudieron, sobresaltándola, la vida de las gentes que habitaron, formaron, y construyeron este pueblo.

El libro tercero de difuntos comienza con la muerte del Licenciado Manuel de Medina Rosales, el 19 de enero de 1685. Natural de Valladolid, donde nació en torno a 1610. Se casó en Alba con María González el 23 de febrero de 1634. Tuvieron varios hijos. En enero de 1651 nació Bernabela, y a los pocos días, posiblemente como consecuencia del parto, murió María. Manuel se hizo cura y estuvo ejerciendo en el pueblo hasta su muerte. Hizo su testamento ante Francisco Esteban, y quiso ser sepultado junto a su mujer. Alguna relación tenía con Cevico, ya que dispuso se dijese una misa solemne cada año en su iglesia el día 3 de enero, festividad del Santísimo nombre de Jesús, respondiendo para el pago de los gastos de esta manda con la casa en que vivía.
El siglo XVIII comienza en Alba con la muerte del cura y Beneficiado Fernando Frías, el 10 de abril de 1702, y la del secretario y escribano Francisco Esteban el 9 de julio del mismo año. Ambos ejercieron su trabajo durante muchos años, y fueron personas notables e importantes. A uno le confesaban sus pecados, les daba la extremaunción, y les enterraba; al otro manifestaban al testar sus deseos e intenciones al ver cercana su muerte. El secretario era natural de Piñel de Abajo, y Fernando Frías celebró su boda con Ana María Ruiz el 8 de febrero de 1684, en Alba.
A finales del año 1706, “en quince días del mes de octubre murió un pobre que se halló en el campo moribundo. Recibió el sacramento de la Extremaunción, por estar incapaz de los demás. Por cuya razón no se sabe cómo se llamaba, ni de dónde era. Se le hizo entierro de limosna, y se le sepultó la parroquial de esta villa, en la capilla de san Pedro”. Algo parecido sucedió el 19 de noviembre de 1711 en que “apareció un pobre muerto. No recibió sacramento alguno. Diósele sepultura y le hice entierro y misa de cuerpo presente todo de limosna. No se supo cómo se llamaba, ni de dónde era, aunque hice diligencias”. Y aún hay otro pobre que se murió de repente el 21 de diciembre de 1712, y se procedió de igual manera.
“El 11 de julio de 1707 murió en el pueblo Fray Francisco Hervás, religioso de la Orden de nuestro Padre San Bernardo. Llevaron su cuerpo a enterrar a su convento de Valbuena de Duero”, estaría predicando en el pueblo, o pidiendo para el monasterio.
El 15 de abril de 1715 se anota la defunción de “Isabel Sanz, moza de servicio soltera, vecina de Vertavillo. No hizo testamento por ser menor de edad y pobre. De lo poco que dejó se la enterró en la iglesia, con misa de cuerpo presente, y se le dijeron doce misas”.
“El 14 de marzo de 1717 murió una niña de unos pobres peregrinos, de unos cuatro años. Se le dio sepultura en la iglesia”.
“El 22 de septiembre de 1735 murió Manuel de Rivas Rosales, natural de Cevico de la Torre, y cura de este pueblo. No pudo recibir los sacramentos, ni hacer testamento porque su muerte fue de una caída que le privó de todo uso racional y sensitivo. Se le enterró en la parroquial con oficio y vestuario correspondiente a su estado. Su sobrino mandó doscientas misas”.
Ese mismo año, el 17 de noviembre, “murió un pobre de solemnidad que pasaba pidiendo. Se le dio sepultura, y se le hizo misa y oficio todo de caridad”.
El 14 de marzo de 1750 “apareció muerto en un lagar un pobre llamado Juan, por lo que no pudo recibir los sacramentos. Por una certificación del cumplimiento de los preceptos anuales del año 1748, (Libro de Matrículas), se supo que era natural de Castrojeriz. Se le enterró en la parroquia con misa de cuerpo presente”. Esto se repite el 24 de octubre de 1804, cuando “apareció ahogado en la pila de un lagar llena de mosto Matías Martín, vecino de esta villa y consorte de María Lerma. La Justicia ordinaria mandó se le diese sepultura eclesiástica”.
El 18 de diciembre de 1758 murió otro cura de esta parroquia, José Villarrubia. “Como era natural de Vertavillo quiso enterrarse en la iglesia de su pueblo, donde estaba enterrado Simón Villarrubia, su padre, con asistencia de todas las Cofradías, y sus cofrades”.
A los pocos días, el 4 de enero de 1759, murió otro compañero, -solía haber tres o cuatro sacerdotes en cada pueblo-, que vivían del Beneficio de la parroquia. “Mandó poner en la lápida de su sepultura: Aquí yace D. Juan Bautista Monedero Villarrubia, cura y Beneficiado de Preste en esta iglesia parroquial. Por ello pagó dos mil reales de vellón, y un majuelo que hace quinientas cepas más o menos, situado donde dicen carrera de san Millán, y linda con el majuelo de Antolín Ruiz”. Dejó por heredera de todo el remanente de su hacienda raíz y mueble, a la Comunidad de los religiosos Mercedarios de Valladolid.
El 22 de marzo de 1772 murió en esta villa “el Padre Fray José de la Concepción, alias el Padre Cantalpino, religioso descalzo de san Francisco, conventual en el colegio de misioneros de la villa de Baltanás, el cual se quedó muerto de repente, sin sacramento alguno. Le llevaron a enterrar a su convento”. A los franciscanos, y a los dominicos se les conocía como órdenes mendicantes. Se distinguían por la pobreza personal y comunitaria, la predicación y la vida itinerante, como vemos con este fraile.
El 17 de julio de este mismo año se produjo un suceso llamativo y sorprendente por su singularidad: “Se encontró ahogado en el arroyo Maderazo a un muchacho llamado Manuel Díez Ayuso, hijo de Manuel y Mariana. El cura Juan Antonio Herrero Monedero, por orden del alcalde Fernando Monedero, le dio sepultura eclesiástica en esta parroquia, fue de limosna, porque no hubo persona que hiciese voz”. No fue este un caso aislado en Alba, pues el 10 de agosto de 1874 "se dio sepultura en el camposanto al cadáver de Matea Gómez Medina, de dieciséis años, hija de Juan y Martina y natural de Cubillas de Santa Marta, cuyo fallecimiento aconteció el día anterior por inmersión en el arroyo harinero de esta villa". Años más tarde, en julio de 1881 dice el cura que "falleció Isidora Maté, viuda de Juan Curiel, de 65 años, natural de Baltanás y residente en esta villa, por una caída en la fuente que, según las declaraciones testificales, y la certificación facultativa, no ha sido voluntaria, sino casual, provocándola la asfixia por inmersión". Más recientemente, el 15 de septiembre de 1906, anota el cura párroco que "Bibiana Redondo Fernández, de 56 años, mujer de Quiterio Alonso López, natural de Cabezón se ahogó por inmersión de forma involuntaria y casual, dados sus sentimientos altamente religiosos y cristianos", no dice dónde ocurrió.

Verja del cementerio de Alba de Cerrato
Me parece importante hacer también referencia al testamento de Lucas Monedero Palenzuela, fallecido el 30 de agosto de 1779. El apellido Monedero es frecuente, e importante en Alba, y en este libro se ve la relevancia, poder, influencia y medios que tuvieron los diferentes miembros de esta acaudalada familia. Esto resulta evidente al leer su testamento, que hizo ante Manuel Bendito, fiel de fechos, y revalidado por el escribano real de Esguevillas Manuel López Serrano. En él mandó que para su entierro trajesen sus testamentarios tres sacerdotes para acompañar al cura teniente Juan Antonio Herrero Monedero, para que la misa de honras tuviese la solemnidad debida. Pidió que asistiesen a su entierro las Cofradías de la Vera Cruz, y de Ánimas, y se les dé de sus bienes la limosna. A los que llevasen su cuerpo a enterrar, y abriesen la sepultura se les debe dar un cuarto de trigo a cada uno. Por su alma se deben decir mil misas en los “altares privilegiados”, que son los altares mayores, repartidas por donde sus testamentarios quisieren, a dos reales de vellón cada una, o más si fuese difícil encontrar quien las dijera. A los niños de la escuela que asistiesen a su entierro y cabo de año, se le dará a cada uno un pedazo de pan. No puedo menos que recordar que el padre del ilustre benefactor, mecenas y filántropo ceviqueño, Don Pedro Monedero la Martín, nacido en 1812, y fundador del asilo de esta localidad, era de esta mencionada familia de Alba, y natural de allí.
Son muchos los datos y noticias que en este testamento se expresan, subyacen y se intuyen, y nos dan idea de la vida, religiosidad, y costumbres; las Cofradías existentes, así como de la diferencia de clase y niveles sociales existente en aquellos años en Alba, donde un pedazo de pan era un regalo y premio para los niños de la escuela, por ir a acompañar y despedir en la iglesia al difunto.
El 8 de diciembre de 1780 murió Ana Coloma Calzada. Dispuso que se la enterrase con misa de cuerpo presente en la iglesia de Cevico de la Torre, de donde era natural, pero lo curioso es que tanto sus hijos, como su marido Francisco Zamora Chacón, a pesar de su voluntad no consintieron se la llevase a enterrar a otra iglesia, sino a la parroquial de esta villa donde residían todos los susodichos.
El 25 de julio de 1784 “llegó a esta villa de Alba, Manuel Pinedo, vecino de Castroverde de Cerrato, que había salido por orden de la justicia de dicha villa, conduciendo de caridad en dos caballerías a Teresa González, enferma, a quien acompañaba su marido Gervasio de la Paz, vecinos de la Almunia, jurisdicción de Zaragoza, para acercarles al santo hospital de este pueblo, por ser uno y otros pobres de solemnidad. Traían a otro enfermo con ellos, que murió en el camino. Manuel Pinedo, el que los traía, había estado con el difunto, el día anterior en Torre de Esgueva estando ya enfermo. El cura teniente del pueblo, Baltasar Cabezón, le oyó decir que era asturiano, y que venía de la siega de la hierba; que había enfermado allá, y se había venido poco a poco, de lugar en lugar por no tener medios para otra cosa, y que era vecino del lugar llamado san Pedro, de la parroquia de Coro, y se llamaba José Díez. El alcalde ordinario Manuel Zamora hizo almoneda de la poca ropa que traía, le amortajó con ella, y sacó catorce reales para pagar la misa de cuerpo presente, y el oficio que se le hizo. El cura le dio una sepultura de limosna en la iglesia parroquial, en la capilla mayor, junto a la pila bautismal”.
“El veintinueve de junio de 1791 murió Juan Alarios, único residente en el que se dice despoblado de Villán. Se le enterró en la parroquia de la villa de Alba, con misa y en una de las sepulturas de la última línea”. Es la primera vez que aparece el nombre de este despoblado, que fue pueblo y tuvo su iglesia, pues existe un libro donde se asientan las partidas de bautismo, matrimonio, y defunciones desde 1582 hasta 1604, cuando debió abandonarse el pueblo, pues se cierra el libro. Sin embargo, parece que hubo gente que siguió viviendo y trabajando allí. De hecho, “el día 14 de septiembre de 1803 se trajo a enterrar a esta iglesia una niña que murió en Villán, hija de Francisco de la Fuente, y Paula Cuesta, únicos habitadores de dicho despoblado”. Y aún más, pues el 7 de febrero de 1805 “se me dio aviso secretamente de que, en el término del despoblado de Villán, contiguo al término de esta villa, y cuya iglesia se halla agregada a ésta de inmemorial tiempo a esta parte, se había encontrado un cadáver de persona humana que representaba ser de un joven de unos doce años, poco más o menos. Y siendo dicho término del Señorío cuyo alcalde con jurisdicción ordinaria es Felipe Zamora, vecino de Cevico de la Torre, pasé oficio a éste por medio de don Andrés Rodríguez, cura teniente de Cevico para que practicase el alcalde las diligencias correspondientes para que se diese sepultura eclesiástica a dicho cadáver”.

Cementerio de Alba de Cerrato
“El 26 de diciembre de 1794 murió don Manuel Herrero Rivas, mozo soltero, natural de esta villa, que, habiendo residido en la villa y corte de Madrid de muchos años a esta parte, vino a su patria a fin de recobrar su quebrantada salud. Sus seis hermanos y herederos dispusieron se le hiciesen 150 misas, y se le enterrase junto a sus padres.”
“El primero de agosto de 1796 murió una niña de padres incógnitos, bautizada en casa sin nombre por necesidad”. Hay más casos de niños de padres desconocidos, expósitos y otros de quien no se conoce el padre.
En el año 1803, hay dos sucesos que nos son familiares. El primero es que el 20 de julio muere Teresa Aragón, y en su testamento manda que, para su funeral, misas, cera y responsos, su prima “vendiese una choza subterránea en que vivió y murió, que eran todos sus bienes, y si el importe ascendiese a mayor valor que el importe de dichas mandas, se invirtiese en sufragios por su alma, padres y esposo”. El otro dice que el doce de septiembre “llegó a esta villa el que dijo llamarse Manuel Ruiz, vecino de Lantadilla, el cual conducía enfermo desde Población de Cerrato, a un hijo de 12 años llamado Pablo, y que había expirado en el camino, ya en el término de esta villa. Se le hizo entierro con misa de cuerpo presente todo de limosna”.
“El 19 de abril de 1804 murió un pobre que condujeron desde Cevico enfermo, y llegó a ésta en un estado tan deplorable que no pudo decir su nombre y patria, ni estado, ni pudo confesarse. Nada podía hablar ni daba más señas de vida que la respiración y un leve quejido, y aunque se le procuraron auxilios no se pudo conseguir alivio...” Es de suponer que estos enfermos que vemos que traen a Alba eran para ser atendidos en el “santo hospital” que hemos visto que había en esta villa.
Otro apunte que traigo a esta “Estampa Cerrateña”, es la muerte de Dorotea de la Cal Ruiz, a la que se le aplica un calificativo que no conocía. Dice el cura que era una “moza soltera natural de esta villa, Beata profesa, de edad de setenta y siete años, hija de Tomás y Francisca. Murió el 28 de julio de 1815. No hizo testamento por ser de cortas facultades”, y éste parece ser aquí el significado de “beata”, más que el reconocimiento de sus virtudes.
Impactante tuvo que resultar cuando " el 31 de marzo de 1835 apareció asesinado Ramón Montenegro, viudo de Magdalena Bendito. Por mandato del señor alcalde Gervasio Araguz se le dio sepultura en el camposanto el día 2 de abril, y celebró la misa de cuerpo presente".
Termino con otro triste suceso que se comenta por sí solo: "el 9 de septiembre de 1881 el cura Remigio Aparicio dio sepultura al cadáver de Víctor García, de 63 años, consorte de Sixta Pérez, que según certificación de don Quintín Martínez, médico de esta villa, falleció a consecuencia de inanición. No recibió los sacramentos por no haber podido hacerlo a causa del delirio que tenía, y de no decir palabras que concordasen".
La vida sigue en Alba de Cerrato hasta nuestros días, y con ella las anotaciones que los curas hacen de toda persona que allí muere, con más o menos detalles. Quién era, qué manda en el testamento, si lo hace, o no lo hace por no tener de qué; cómo ocurrió su muerte, de quién era esposa o marido, y sus hijos, quiénes sus herederos, cuántas misas manda, o si era uno más de las decenas de niños que morían al nacer, o a los pocos días, párvulos aún, o apenas alcanzado el uso de razón por razón de las carencias y necesidades más elementales.
De esta forma estos párrocos, quizá sin saberlo, fueron escribiendo la pequeña y minúscula historia de un pequeño e irrelevante lugar de esta Comarca olvidada de cereal y pasto. Crónicas que son apenas una gota en el gran libro de la Historia, pero de suma y vital importancia para que nosotros sepamos de dónde venimos, conozcamos nuestras raíces y las señas de identidad, y qué fue lo que modeló y conformó la forma de ser, vivir, pensar y mirar el mundo de los que nos precedieron, y que sin duda habrá influido en nosotros, por ser herederos de su legado, vida, tradiciones y costumbres.

Vidal Nieto Calzada.
Cevico de la Torre, junio 2025, el Corpus y los Danzantes.
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Esta es la historia de dos curas de Vertavillo del siglo XVIII, entresacada de los Libros Sacramentales de Vertavillo que Vidal Nieto con paciencia lee, cataloga e indexa.
El artículo forma parte de la serie denominada Estampas Cerrateñas.
El interés de este artículo es que, a través de los testamentos de los dos curas, se ponen de manifiesto algunos aspectos de la vida y muerte en Vertavillo y, por extensión, en tantos otros pueblos de El Cerrato.
Como muestra este párrafo:
"Un pueblo, como tantos otros del entorno, donde la mortalidad infantil alcanzaba un altísimo e insoportable porcentaje, en gran parte debido a la desnutrición y enfermedades.
Donde muchas mujeres morían jóvenes al parir a sus hijos, y los hombres se morían por consumición y agotamiento, de una vejez prematura: la causa por la se dice que mueren es de "vejez", pero de una vejez en torno a los sesenta años; y la enfermedad que se los lleva era en realidad el hambre, pues se dice que "falleció de necesidad".
Son varios los casos que me he encontrado de que a unos padres se les mueren dos o más hijos en fechas seguidas. Y otros en los que, a los pocos días de morir uno de los dos cónyuges, muere el otro, por el vacío, la desesperanza, el abatimiento y la nada, en que cae su mísera existencia, incapaz de poder o querer seguir viviendo.
De los dos siempre se dice que eran pobres, y a los dos se les hace "entierro de limosna sencillo"..