FRANCISCO JULIÁN GALLEGO:
OBISPO CEVIQUEÑO.
Imagen de un obispo español del siglo XVIII
Hace algo más de tres años, con el nombramiento del nuevo director del Archivo General Diocesano de Palencia, se inició la tarea de digitalizar los libros sacramentales de las parroquias que en él se encuentran depositados, para su custodia y consulta, siendo ya más de cuatro mil los que han sido escaneados, lo que supone más un millón y medio de registros, que a su vez son indexados para su consulta digital tras la elaboración de la correspondiente ficha. Labor que se lleva a cabo por un numeroso grupo de voluntarios que no deja de crecer.
En Cevico de la Torre, estos libros sacramentales donde se han ido anotando los registros de bautismos, matrimonios y defunciones arrancan en 1549 los primeros; 1564 los matrimonios, y 1544 las defunciones.
Hace unos meses, indexando el libro 7º de Bautismos de este mi pueblo, en la página 92 escribe el cura Manuel Cepeda Sebastián que “el 29 de abril de 1690 bauticé y puso los santos óleos a Francisco, hijo de Francisco Julián Antolino, y de Ana Gallego, su legítima mujer, naturales de esta villa...” En el margen izquierdo, debajo del nombre del bautizado, hay una anotación posterior que dice que “fue obispo de Puerto Rico, y después de Caracas”.
Iglesia de San Martín, de Cevico de la Torre
La sorpresa que me llevé fue mayúscula. La partida de ese niño que estaba registrando me decía que estaba ante el que sería un hijo ilustre, y sin embargo desconocido, para el pueblo que le vio nacer, pues fue elegido para un puesto de responsabilidad y servicio en dos diócesis de aquel Nuevo Mundo. Así que supe y me impuse el deber de investigar en su persona y su periplo vital, para darlas a conocer, y sacarlas de la oscuridad, el desconocimiento y el olvido.
Las fuentes que he consultado y me han guiado para acercarme a la figura de este personaje de nuestra historia, son el “Diccionario Biográfico Español, de la Real Academia de la Historia”, donde María Luisa Martínez de Salinas Alonso escribe una breve reseña biográfica de nuestro Francisco, y sobre todo el capítulo XI del libro “Aportación Palentina a la Gesta Indiana”, la obra que D. Santiago Francia Lorenzo, archivero mayor que fue de la catedral de Palencia, escribió en 1992 con la colaboración de Pilar Luzán, y Areños Muñoz, de la Institución Tello Téllez de Meneses.
La familia de Francisco tenía raíces y arraigo de generaciones en Cevico, y debía tener una buena posición económica, porque después de terminar sus estudios eclesiásticos en Palencia primero y en Salamanca después, fue ordenado “a título de patrimonio”, y siendo clérigo de órdenes menores, en 1715 se le adjudicó en concurso un “beneficio” en la parroquia de San Martín de su pueblo, donde ejerció su primeros ministerios, hasta que a la muerte del cura teniente, el Licenciado Manuel Portillo Matallana se le concedió el beneficio de preste que quedó vacante.
Su sólida formación, y capacidades hicieron que poco después optara al beneficio de preste, cura, y capellán de la iglesia de San Lázaro de Palencia, donde estuvo hasta que en 1728 fue elegido por el Cabildo de la catedral, entre los ocho candidatos que se presentaron, para un curato vacante en esa parroquia catedral de San Antolín, lo que como bien dice Santiago Francia “pone de manifiesto el prestigio que en la ciudad había adquirido D. Francisco”. En la parroquia de la catedral ejerció durante diecinueve años, de noviembre de 1728 a noviembre de 1747 como cura párroco racionero, así llamado por tener asignada una ración de las prebendas de la catedral.
Iglesia de San Lázaro, Palencia.
El día 15 de ese mes y año de 1747 se conoció, y anotó en el libro de bautizados, la noticia del “nombramiento por carta del rey Fernando VI, para el Obispado de Puerto Rico en Indias, al Licenciado Francisco Julián, racionero titular y cura propio de esta iglesia”. Repicaron las campanas de la catedral y demás iglesia por la mañana y por la tarde, y por la noche “hubo una quema de fuegos artificiales”. Diez días después sus compañeros le hicieron una fiesta en la plazuela de San Antolín precedida de una misa solemne con músicos, como homenaje de despedida.
Cura de mediados del siglo XVIII en El Cerrato.
Gabriel Carrión
Antes de partir otorgó testamento en Tariego el 11 de junio de 1748 ante el escribano Martín Aguirre, “por cuanto en breve me es preciso emprender tan dilatado viaje así por mar como por tierra hasta arribar a aquel puerto, ciudad, y obispado”. El inventario de su modesta hacienda se lo lega a sus sobrinos Manuel, clérigo de órdenes menores y María del Tío Julián, hijos de su hermana Ana María, tres años mayor que él, y de su cuñado Francisco del Tío Rivas.
En las dos fuentes consultadas y citadas arriba, se da por hecho que el viaje y la toma de posesión de su diócesis de Puerto Rico tuvo lugar en el mismo año de 1748, quizá por eso que él dice de “que en breve me es preciso emprender tan dilatado viaje”, sin embargo, indexando hace unos días los libros de matrimonios de la parroquia de Cevico de la Torre, me encuentro de lleno con el Obispo de Puerto Rico, que de forma inesperada me sale al paso ejerciendo de cura párroco y oficiando umatrimonio en su pueblo el 17 de febrero de 1749, por lo cual su marcha hacia su nueva diócesis no pudo ser antes de esa fecha. Esto es parte del texto que lo atestigua, y que él firma de su puño y letra: “En la villa de Cevico de la Torre a 17 de febrero de 1749, yo D. Francisco Julián Antolino, Beneficiado de Preste de la iglesia de dicha villa, obispo de la ciudad y obispado de San Juan de Puerto Rico, en la América… casé y velé a Francisco Javier Riobello Monedero con Melchora Calleja Montoya… (Libro 4º de Matrimonios, página 198).
Posteriormente encuentro la fecha exacta de la llegada a su destino. Es en la “Relación de los obispos de la catedral de San Juan de Puerto Rico”, en la página 390 de la obra de Antonio Valladares de Sotomayor: “Historia Geográfica, Civil, y Política de la Isla de San Juan de Puerto Rico”. Madrid, 1788, en que se dice: “Don Francisco Julián Antolino, Prebendado de Palencia, entró en Puerto Rico el 18 de diciembre de 1749”.
Isla de Puerto Rico, a la derecha.
¿Qué pudo ser lo que llevó a retrasar el viaje, y su vuelta a ejercer de cura en su pueblo natal siendo ya obispo? El caso es que desde su designación por el rey en noviembre de 1747, hasta su llegada a su sede episcopal pasan más de dos años.
Don Francisco, que toma como segundo apellido el segundo de su padre, Antolino, en detrimento del primero de su madre Gallego, con el que escribe su nombre, firma, y es conocido como obispo, figura como el número XXIII de aquella diócesis que echó a andar allá por 1520, siendo el primero Alonso Manso, canónigo de la catedral de Salamanca.
Ya en la isla caribeña, su labor pastoral estuvo plagada de dificultades por la escasez de clero, la gran extensión de la diócesis, que incluía los “anejos ultramarinos”, y el aumento de la población por la llegada de esclavos negros. Hacia esos territorios de las provincias ultramarinas de Barcelona, Guayana, Margarita, y Cumaná, movido por su compromiso ministerial y vocación de servicio, se dirigió en 1751 para realizar una visita pastoral que aspiraba a ser completa y profunda, y que sin embargo se vio interrumpida al poco de iniciarse, pues estando en Cumaná supo de su nombramiento como obispo de Caracas.
Catedral de San Juan, Puerto Rico
El nombramiento, nuevamente por carta del rey Fernando VI, tuvo lugar el 8 de julio de 1752, tras la muerte de su predecesor Manuel Machado y Luna. Su Ordenación, en la catedral de Caracas, fue el 25 de septiembre. A principios de 1753 ya se encontraba desempeñando las tareas de su ministerio. Elaboró varios informes sobre los pueblos indígenas de su diócesis, cuya situación quiso conocer en primera persona, por lo que en 1755 emprendió una visita por diversas zonas del obispado.
Desgraciadamente se puso enfermo estando en la Guaira, y allí falleció el 6 de agosto de ese año. Tenía 65 años, y mucha labor que hacer por delante. Su cuerpo fue trasladado hasta la capital venezolana, donde fue sepultado en la catedral.
Catedral de Caracas, Venezuela
El primer obispado de Venezuela fue erigido el 21 de junio de 1531, “tuvo su primera sede en la ciudad de Coro, entonces asiento del gobierno de la provincia de Venezuela”, y fueron doce los obispos que hubo hasta que en 1638 la sede se traslada a Caracas. Don Francisco Julián Antolino (1752-1755) fue el undécimo obispo de esta nueva sede episcopal venezolana.
Sirvan esta breve reseña biográfica, de sentido y emocionado homenaje a este hijo de Cevico de la Torre, que corriendo de niño por las mismas calles que nos vio nacer a muchos, siguiendo su vocación sacerdotal, desde su pueblo y la catedral de la diócesis fue llamado a ejercer tareas más altas al otro lado del océano, en los nuevos territorios descubiertos, llevando consigo sus orígenes, raíces y apellidos de este pueblo cerrateño.
Firma manuscrita del obispo electo en 1749 en Cevico.
Vidal Nieto Calzada.
Cevico de la Torre, 12 de octubre 2023.