Estampas Cerrateñas:

 

LOS DANZANTES DE CEVICO DE LA TORRE.

 

 

 

 

"Calles y plazas con aroma y viento
                                                                                                                                                 

del más alto esplendor iluminado
                                                                                                                                                 

por bíblica virtud de los Danzantes.
                                                                                                                                                 

Cevico de la Torre a la ventana
                                                                                                                                                 

se hace ritmo en la voz de la dulzaina"
                                                                                                                                                              Elpidio Ruiz Herrero.

 

    Es domingo del Corpus y hay fiesta grande y popular en Cevico. Una tradición antiquísima, perdida cuando la guerra, y recuperada después, en los años sesenta, se manifiesta y exhibe con todo su esplendor por sus calles. Son los Dandantes. Una tradición que con parecidas características se da también en otros pueblos de la provincia.


   La costumbre arranca con la celebració de la fiesta de la Eucaristía, que arraiga y adquiere esplendor en Castilla, al calor de coloristas procesiones por calles y plazas desde su institución hace siglos. En ellas era elemento esencial la danza que las acompaña.


   Como la de la Ascensión esta fiesta se celebraba también en uno de los "tres jueves que relucen más que el sol", y que como aquella ha pasado a celebrarse también en domingo.


   En el librito "Corpus Christi y los Danzantes", Julia Zamora escribe que esta fiesta pertenecía a la Cofradía del Santísimo Sacramento, fundada en el año 1636, según consta en el Libro de Acta de su Fundación, con la finalidad de salir en procesión los cofrades ese día del Corpus, y costear las danzas, músicos y trajes que la acompañan para realzarla.


   Hay que ir pronto, y estar con tiempo ese día en Cevico para captar la fiesta y todos sus matices sin perderse detalle.


   A las once de la mañana empiezan a salir ataviados los Danzantes de sus casas. Es todo un espectáculo. Por cada calle caminan ilusionados Bandas, o mozos de Banda, ataviados con su camisa blanca con banda roja cruzada, pantalón negro hasta la pantorrilla, lazo negro al cuello, cintas de colores atadas a los brazos, medias blancas, y zapatillas también con cintas, y pañuelo anudado a la cabeza. Son cuatro.

 

 

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   Nos encontramos también muchas Faldas. Son mujeres muy jóvenes y niñas, cada vez más niñas, que van tomando el relevo y aseguran la pervivencia de esta tradición secular. No todas viven en el pueblo, pero todas tienen aquí sus raíces, y aquí ensayan el baile, y vienen para ser las protagonistas, las que ponen el color y el calor de la fiesta hoy, el gran día.


    Este año he contado casi veinte. Ellas son llamadas también, propiamente, los Danzantes. Su traje es vistoso y espectacular. Visten camisa blanca cruzada por una banda roja. Al cuello, y a la altura del codo, lazos de colores. Los pololos son blancos, y llevan tres enaguas también blancas muy bien almidonadas, con encajes y tiras bordadas. El colorido lo da la enagua de color amarillo, en tela de raso o seda, que llevan por encima de las otras tres, revestida a su vez por un tul o gasa transparente, y un pañuelo de encaje que sujeta un alfiler.


    Complementa su festiva vestimenta un cinturón de tela roja en la cintura, y en la espalda una cinta ancha de color prendida con broches de pedrería en los hombros y en su centro, en forma de M. Las medias son blancas con dibujos calados. También las zapatillas, que lucen cintas de diversos colores. En la cabeza llevan una corona o diadema de flores blancas. Collares al cuello y pulseras completan su atuendo, y son importantes y piezas sonoras las castañuelas, que llevan en las manos, decoradas con largas cintas, para acompañar a la danza con su travieso repiqueteo.


   Todos caminan al punto de encuentro, a la entrada del pueblo, en el cruce de la Ronda de la Samaritana con la calle de D. Pedro Monedero,  junto a la fuente de D. Pedro, o de la Samaritana, "Erijida en 1903 a expensas del esclarecido D. Pedro Monedero Martín, de eterna memoria", cuya estatua, fundida en las "Fonderies D'art du Val D'Osne, 53 Boulevard Voltaire, Paris", es emblema de nuestro pueblo.


    Eliseo Trejo y Elena Ocasar, los dos Birrias, han ido llegando también puntuales a la cita. Ellos son los personajes peculiares, pintorescos, con aire burlesco, y actores singulares del cortejo que pronto se pondrá en marcha. En otros pueblos se les denomina el Botarga. Son los que animan y dirigen, incansables, la danza.  


    Su traje es aún si cabe más colorista y vistoso. Está confeccionado con tela de paño, con tiras cosidas entre sí, formando espigas y ondas, de color rojo, amarillo y verde. Está  compuesto por una casaca con capucha rematada con una borla, y el pantalón hasta la pantorrilla, las medias cada una de un color, con zapatillas blancas. Es original la vara que llevan con una piel de cordero colgando de la parte superior.

 

 


   La música la ponen Ismael González tocando la caja, -que aprendió y empezó a tocar a los siete años con su padre, el señor Ismael, pastor y antecesor en el cargo, practicando con una lata de arenques grande-, y su sobrino José Antonio González con  la dulzaina. Van vestidos con pantalón y chaleco negro, camisa blanca y faja roja. Poniendo la alegría con sus notas.


   A las once y media en punto, formados en dos filas los Danzantes, con los Birrias al frente, los mozos de Banda en cabeza, y detrás de todos ellos, poniendo la alegría con sus notas, los músicos, empieza la danza entrando por el patio al Centro de mayores, el antiguo Asilo, hoy residencia santa Eugenia, donde ilusionados hombres y mujeres, ya ancianos, les esperan para ser ellos los primeros en verles  y aplaudirles. Para ser ellos, memoria del pasado, los destinatarios del homenaje merecido de su primer baile.
   Desde entonces la danza y la música no paran hasta llegar a la iglesia donde se celebrará la misa.

 

 

 


   A la salida de la residencia se encaminan por la arteria principal hacia el centro del pueblo, justo hasta el comienzo de la calle Rambla, donde empieza la espectacular subida a la iglesia, remontando uno a uno los noventa y dos peldaños de su pétrea e impresionante escalinata. Convirtiendo su visión en un sobrecogedor espectáculo, donde se armoniza el ritmo, el acompasado esfuerzo, el baile, la música, el color y el ardor de los veintitrés esforzados Dandantes, que sin dejar de bailar, cruzándose las filas, parecen transportarnos a una visión antigua, dando vida a un ritual ancestral que emociona y embelesa.


   La puerta de la iglesia, y ésta misma, están llenos de  conmovidos rostros alegres por el inusual espectáculo. Bailando entran en el templo altísimo que les espera. Todas las miradas se vuelven hacia ellos, y decenas de fotos retratan el momento de su avance hasta el altar, donde se darán un respiro.


   Empieza la misa y Ricardo, es su primer año en el pueblo, no puede por menos que expresar su sorpresa emocionada y agradecida. La alegría, el regocijo y la fiesta son palpables, llenan el aire de una atmósfera de identidad de pueblo reafirmada, y él no puede por menos que hacerse eco, y traerlas a la celebración de hoy donde asienta sus raíces esta danza.

 


    Vuelven a bailar por el largo pasillo del altar al coro, mientras se presentan las ofrendas, y al final de la misa ensayan de nuevo su danza, acompañando y precediendo el palio bajo el cual la Eucaristía, saliendo de la iglesia recorrerá las engalanadas calles de Cevico.


   Empieza la procesión. Hace un sol de justicia. La pesada cruz parroquial que lleva Jesús Manuel  abre el cortejo. Detrás los Danzantes. Cerrándola la custodia, bajo el palio que aguantan ocho hombres, y sostiene el sacerdote.
   Por las calles del pueblo se han plantado con mimo, -delicado y artístico monumento floral y visual-, siete altares. En todos y en cada uno de ellos, después de la danza, reposará unos instantes la custodia, mientras se reza una oración que es como un respiro, y cejarán en su ininterrumpido esfuerzo los Danzantes, mientras los suyos les ofrecen  agua reparadora, y buscamos la sombra los acompañantes, y apoyan la cruz y las varas los que las portan... Cevico es una gran calle, todo él está en la calle. Es como una riada viva y multicolor, en movimiento permanente, pegada a las aceras, abriendo paso al inusual cortejo de esta gran procesión que colorean los Danzantes, y alegra la dulzaina y la caja. " Exaltación de fe, pueblo de altares, en cálida oración de la mañana, ojos prendidos en el Sacramento, Amor de los Amores adorado por gentes buenas, creyentes, caminantes..."  escribía Elpidio haciendo poesía de esta fiesta.


   Que ya toca a su fin. Falta sólo el último esfuerzo, cuando después de más de una hora ya fallan las fuerzas para remontar de nuevo la escalinata. Para volver con el palio y la custodia a la iglesia. Y sin saber cómo se produce el milagro. La calle se ha colapsado en un gran tapón. Al pie de las escaleras todos nos hemos detenido, agolpándonos como un solo cuerpo para ver desde abajo ascender ligeros, gráciles, sutiles, armoniosos, como una multicolor cometa que levantara liviana el viento, a los Danzantes hasta perderlos de vista traspasando la puerta de la iglesia de par en par abierta para ellos.


   Tengo la retina cegada por la luz de las dos de la tarde, y por el color y emoción de la cometa humana que se ha ido levantando hasta perderse  por encima de nuestras cabezas levantadas, y por el eco de la música que aún resuena armoniosa, no sé si en el aire, o en algún rincón de mi cerebro o del corazón donde tienen su asiento las emociones.